El Alambique
Belén Domínguez
El río que nos lleva
Reflexionaba ayer mi compañera de columna sobre el asombro y, al mismo tiempo, intranquilidad, que nos producen ciertos avances tecnológicos, seguramente porque no vemos claramente a dónde nos llevan.
Estos cambios no son inocuos. No lo han sido nunca. Cualquier salto supone una reconfiguración de nuestros hábitos y hasta nuestra percepción de la realidad: lo mismo pasó con la imprenta, el ferrocarril o el teléfono, por poner solo algunos ejemplos evidentes. La diferencia está en que estos cambios, los de ahora, los vivimos como protagonistas, sin la perspectiva suficiente para evaluarlos. Como mucho, empezamos a intuir algunos impactos. El caso de la polarización, potenciada por el efecto de los algoritmos que refuerzan nuestras creencias dejando fuera de nuestro alcance cualquier corriente contradictoria, está más que estudiado.
Pero esta espiral de reafirmación no solo tiene consecuencias políticas o sociológicas. También de una forma más íntima. Nuestras experiencias vitales se están viendo constreñidas.
Por ejemplo, ¿qué probabilidades hay de que un turista, en una ciudad desconocida, entre en un bar de forma azarosa? ¡Ninguna! Antes se habrá estudiado las recomendaciones de Tripadvisor y no se arriesgará a probar un establecimiento que no esté mínimamente avalado por otros clientes que, seguro, habrán acudido siguiendo esta misma lógica.
Se han reducido también las posibilidades de dar con callejones curiosos, con caminos inesperados, simplemente de dar paseos. Vamos de A a B por el camino que nos marca Google, el más rápido y directo, privándonos del placer de deambular sin rumbo fijo. Escuchamos siempre la misma música y vemos siempre las mismas series, porque Spotify y Netflix saben lo que nos gusta, y total, para qué llevarles la contraria. Hasta en el plano más privado estamos limitados: las aplicaciones como Tinder pueden ayudarnos a encontrar pareja, pero solo tendrá en cuenta a esas personas que estén también en estado de búsqueda y con un perfil abierto.
Creíamos que con un simple click estábamos abriendo una ventana al mundo, pero al tiempo nos hemos cerrado muchas puertas.
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