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La carencia de vivienda accesible para la clase trabajadora sigue siendo uno de los problemas más acuciantes de nuestra ciudad. A pesar de los avances legislativos que garantizan este derecho, en la práctica muchos enfrentan obstáculos casi insalvables: precios desorbitados, alquileres abusivos y un mercado especulativo que convierte el hogar en un lujo, en lugar de un bien esencial.
En contraste, los años 70 en El Puerto de Santa María nos ofrecen un ejemplo de lo que se puede lograr con voluntad política y una gestión eficiente. Bajo la dirección de Manuel Rebollo Laínez en el Patronato Municipal de la Vivienda Nuestra Señora de los Milagros, se construyeron más de 3.000 viviendas destinadas a familias trabajadoras. Estas viviendas no solo respondían a las necesidades de habitabilidad, sino que también eran accesibles y dignas, reflejando una época en la que la prioridad era el bienestar colectivo por encima del lucro individual.
Hoy, esta visión parece haber quedado en el olvido. El urbanismo se ha inclinado hacia la especulación, olvidando que la vivienda es un derecho constitucional, no un privilegio. La ausencia de políticas de vivienda proactivas afecta especialmente a los sectores más vulnerables, quienes ven alejarse la posibilidad de acceder a un hogar propio o un alquiler asequible.
Los inicios democráticos en El Puerto se cargaron incomprensiblemente al Patronato que construyó, bajo la eficaz gestión de Rebollo, las barriadas que conforman el cinturón de la ciudad y que logró erradicar la infravivienda de partiditos con cocinas y retretes compartidos, así como el abandono de las habitaciones atestadas de criaturas de muchas de nuestras Casas Palacios.
Es urgente recuperar el espíritu y la ética de figuras como Manolo Rebollo, quien demostró que construir para las personas, y no para los beneficios, es posible. El compromiso con la vivienda asequible debe volver al centro del debate político de una ciudad como la nuestra, acompañándose de acciones concretas que transformen la realidad. Mientras esto no ocurra, la carencia de vivienda seguirá siendo un reflejo de una sociedad porteña que necesita, ahora más que nunca, priorizar a las personas sobre el capital. Déjense de rollo y edifiquen más como lo hizo Rebollo.
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