Enrique Montiel
Esa música
Era otro tiempo. Ni mejor, ni peor. El otro día con mi excompañero de la Policía Local Luis Rivero, en animada charla de recuerdos en el Bar Pelo Rubio -que no consta en el Güichi de Carlos- refiriome Luis los avatares taurinos de su adolescencia. Era aquel año en el que los Hermanos Lozano, en la llamada Chata de Vista alegre, iniciaron las oportunidades para los maletillas que se desplazaban a Madrid, como enjambres de hombres. Para dar una imagen de aquel tiempo, y que lo podamos entender, en aquella España muchos chavales soñaban con ser toreros o sacerdotes. Yo vivía en la calle Jorge Juan, tras la Iglesia Mayor y a trasmano de la Plaza de Toros, donde en sus puertas pidieron una oportunidad muchos aficionados y recuerdo que venía un camión del Seminario de Cádiz recogiendo petates de los tantos seminaristas que habitaban en esa calle.
Luis, de acuerdo con otro amigo y con Camarón de la Isla, emprendió la aventura de Madrid. El tren en su parada de El Puerto de Santa María fue abandonado por José Monje, Camarón, que había visto, por lo visto, a un policía que lo conocía y no se sintió seguro.
Luis y su compañero llegaron a Madrid, se dirigieron a un hombre bien vestido, con un maletín, suponiendo que era un presunto apoderado y no un agente del orden, que los llevó, por la edad, directamente a la Comisaría de Policía. Pero, allí conoció al Feo. Y el Feo, al enterarse que era de San Fernando, le contó lo que sigue, sobre el Camarón de la Isla.
En cierta ocasión Romito (El Maño) coincide con Canijo, Feo y el Mijita en San Fernando, pueblo marinero con gran tradición taurina, donde el empresario que regentaba su plaza de toros se prodigaba en la organización de novilladas sin picadores. Buscaban afanosamente el momento de vestir por primera vez el ansiado traje de luces.
Maño, como me pongan, no veas el lío que voy a formar, decía el Feo. ¿Pero tú crees que te van a poner? Acuérdate de Sevilla… El empresario dice que si montamos ambiente nos da una novillada. Y no veas lo bien que nos trata la gente aquí. Nos traen comida y todo. Luego vendrá un gitanillo que quiere ser torero y nos trae un bocadillo para cada uno. Y no veas cómo canta. Poco después, al llegar la noche, apareció un muchacho de unos catorce años, con el pelo rubio, rizado, con tres bocadillos de chorizo. Después le dijo el Feo: -Camarón cántale algo al Maño, para que vea el arte que hay en Andalucía-, Camarón, el gran Camarón, se quedó con ellos, compartió la dura acera de tarifa del escalón de la Plaza de Toros, y el Maño se despidió de todos. Al final no les hicieron caso y los dejaron sin oportunidad.
Luis dejó los toros, y algo más adelante entró en la Policía Municipal. El sueño del toreo fue olvidado. Eso me contaba Luis Rivero aquella mañana en el Tacón, donde paran trabajadores de las salinas, que conocieron a Pablo el Guarda, de la Marea Escorada, y el caño de las Mellizas, chiquero del estero de Paquiqui, hoy caño abandonado por Costas y por la alcaldesa, pero eso es otra historia, de pesca y caza, que también habrá que contar.
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