Los pinceles y la fe

27 de marzo 2024 - 06:00

Existen multitud de retratos sobre Miguel de Cervantes, entre ellos el archifamoso óleo atribuido a Juan de Jáuregui que cuelga en las paredes de la Real Academia de la Lengua. Tantos que nadie se pone de acuerdo entre oleos, grabados y caricaturas. Si eso ocurrió hace 408 años solamente, y hemos perdido cuerpo, cara, huesos, imaginemos hace dos mil y pico de años. Estarán en la calle los tambores rufando, las cornetas elevando el sonido como ante los muros de Jericó, las túnicas, los colores, las marchas, la flor de sal del azahar, las advocaciones, tomarán las calles entre el fervor y el espectáculo, si lo permite la lluvia.

De la época de Cristo, entre los dos clavos con restos de madera y hueso que creen que vienen de la tumba de Caifás. También, la ejecución de Jehohanan que fue crucificado con los brazos estirados y sus antebrazos clavados sobre una Cruz latina de dos vigas y más tarde rebatido por otros estudiosos, nadie, científicamente se ha puesto de acuerdo sobre la cruz real y verdadera y si ni siquiera fue cruz para la ejecución del Redentor.

No ha llegado hasta nosotros, no sólo eso sino ninguna descripción del aspecto real de Cristo. No sabemos nada, es decir, los evangelios no nos dicen nada sobre el aspecto físico de Jesús.

Hay una imagen del Buen Pastor encontrada en las Catacumbas de Santa Domitila, que representa a Jesús como un joven rubio e imberbe. Y existe una tradición que afirma lo siguiente: Que San Lucas, discípulo de San Pedro, habría escuchado de labios de la propia Virgen María el relato de la vida de Jesús, y pudo obtener de ella una descripción física y pintar un primer retrato, que es de donde procede toda la iconografía bizantina del rostro de Cristo, pues los artistas bizantinos se basaron en ese primer retrato para sus posteriores representaciones. Otra tradición nace de dos famosísimas reliquias del propio Jesús: el velo de la verónica y el de la Sábana Santa. Ambas reliquias tienen una historia larga y accidentada con numerosas polémicas en curso y están envueltas en muchos misterios (cómo se imprimió la imagen, su antigüedad, su procedencia). Pero lo extraordinariamente sorprendente es que se superponen casi perfectamente, y que revelan un único rostro, y que no por casualidad es exactamente igual al de la iconografía bizantina.

El profesor Leonardo Chevitarese, autor del libro "Jesús Histórico. Una brevísima introducción", dice que las primeras iconografías conocidas de Jesús, datan del siglo III, y lo muestran como un joven imberbe y de cabello corto. En la Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo escribe que "es una deshonra para el hombre tener pelo largo", por lo que Jesús no habría tenido cabello largo, como suele ser retratado. Las únicas referencias evangélicas son las relativas a la transfiguración, cuando Mateo nos dice que "su rostro resplandecía como el sol" y Lucas, que "el aspecto de su rostro cambió de aspecto". Así que los evangelios no nos dicen mucho, prácticamente nada: lo único, su relativa juventud y Lucas nos cuenta que Jesús tenía alrededor de treinta años cuando comenzó su ministerio.

Nace la fe en los pinceles, en las catacumbas romanas, en la crucifixión invertida de Pedro, en la época de Constantino. Ciento treinta y seis advocaciones cristológicas recorren nuestras calles. El olor del azahar levanta en vilo a la primavera. ¿Renacen la muerte y la resurrección?

La fe y los pinceles tienen la palabra. El eco religioso de Dios sobre los hombres.

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