El rey pasmado

28 de noviembre 2023 - 00:15

No es que tenga complejo de avestruz, pero prefiero a veces buscar un agujerito en la arena de algunas de mis playas favoritas y enterrar la cabeza hasta la cintura. No sé, abstraerme, evadirme, huir de lo que se cuece alrededor y dormir hasta dentro de dos, tres o más años, y al despertar tener a una cucaracha como mejor amiga, como en la película Wall-E. En fin. Que estamos viviendo una época distópica, atípica pero nada utópica. Un juego de tronos sin dragones (esto sí que me da pena, porque a lomos de uno iba a ir esta loca poeta que les escribe, quemando barbas), pero con más de un majareta empeñado por fuerza en gobernar en el norte, ser el que más manda en el este y el oeste y estar a gustito en las tierras del sur. Ojú. Y les sigo confesando mi sensación de ser trozo de madera a la deriva, sin rumbo, vapuleada por las tormentas virales, los medios (miedos) de comunicación, que a veces deforman más que informan, y esa sonrisa congelada del jefe jefazo que va a ser jefe jefazo por siempre jamás en un país de porcelana rota en el que el kintsugi poco puede hacer para unir los pedazos. Aunque bueno, eso de la unidad nunca lo vi muy claro, y siempre hubo reinos, no sé si siete, pero sí territorios bien demarcados, y bandos, y o conmigo o contra mí. Y es que no quiero pillarme los dedos mucho transmitiéndoles mis agoreros pensamientos sobre los ciclos de la historia, porque me parecería a mi abuelo temiendo al paredón a la vuelta de la esquina, eso sí, digital. Fusilamiento de ideales, y de lo que nosotros clamábamos en la facultad, o sea, democracia, libertad, igualdad y valores que garantizaban progreso, evolución, cosas bonitas. Ay, qué sobresalto. Y más aún cuando quedan días para el cumpleaños de la Constitución de mi quinta, entre amigos que ahora celebran lo surrealista, otros que no saben lo que están celebrando, y los (no tan amigos) que defienden la caspa sin tener un ápice de conocimiento. Menos mal que María la de Pastori, de la Isla, ha ganado un Grammy, con esa sonrisa morena y el alma de salitre. Algo bueno tenía que ocurrir para no caer en los abismos, mientras Leonor, con rubio gesto finge no enterarse de nada como salida de Disney, aunque no sé con qué princesa identificarla. Lo que más miedo da es la cara de su padre, que imagino que el día de la investidura estaría dándole vueltas al discurso de Nochebuena, todo preocupado, el hombre, por no saber a qué guerra darle más relevancia, si a las de fuera o a las que se libran a las puertas de su casa. Aunque más que preocupación o terror a verse en el paro o cabreo, es incredulidad ante el ninguneo feroz, el retrato del borbón del siglo XXI, la fotografía, en una España desequilibrada, del rey pasmado.

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