El río que nos lleva

El Alambique

23 de noviembre 2024 - 07:00

Ahora que los libros estorban en las casas, que ni siquiera los aceptan en las bibliotecas o los mercadillos de segunda mano, es habitual repasar las estanterías para aligerarlas. Al menos, me pasa a mí, resignada a que me provoquen alergia los ácaros que acumulan entre sus páginas. En una de estas me encontré el otro día con una novela que nunca había leído, El río que nos lleva, de José Luis Sampedro. Y me fascinó. El argumento se centra en la labor de los gancheros, oficio ya desaparecido que ejercían quienes dirigían la maderada río abajo. En este caso transportaban los troncos subidos sobre ellos a través del Tajo hasta desembocar en la vega de Aranjuez en los años 40. Contado así, puede parecer un libro costumbrista, curioso sin más, pero la maestría con que está escrito y, especialmente, la acertadísima metáfora de la vida que encierra y que vamos descubriendo al avanzar las páginas, hacen de él un libro imprescindible.

Los acontecimientos se deslizan como los troncos en la corriente, avanzan irremediablemente ofreciendo remansos como cuando se detiene en una modesta celebración y dice: “en una pobre casa de unos pequeños montes de un pequeño país de un pequeño planeta, unas cuantas pobres vidas entre millones de vidas asaltaron el centro del mundo y lo conquistaron durante un fugitivo instante con su júbilo sin reservas”. El protagonista se pregunta si su distanciamiento “es casi una envidia de no ser también violento, elemental, inmediato, recio leño para la hoguera de la vida“. Pero “La vida no avisa”(...) En el abandono plácido del final del trayecto, un último giro. “Nadie recordaba que el paraíso esconde la serpiente, que la confianza llama al peligro. (…) Nadie pensaba que la sombra y la humedad encubrían la trampa, servían para disminuir la exasperación y la vigilancia. Cuando se dieron cuenta, estaban ya inexorablemente atrapados por el fuego destructor”. Y avanzan con las aguas hasta que “el río se despeñó llevándoselo en su torbellino hacia la corriente impetuosa, un instante detenida como para recobrar el aliento, antes de seguir adelante con mayor violencia”. Sencilla manera de entender la vida, el río que nos lleva.

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