Enrique Montiel
Esa música
El asunto de la locura, literariamente expresado, además de Don Alonso Quijano, el Bueno, se lee en Erasmo y su Elogio de la Locura, que, recuerdo, un párrafo anticlerical en el mismo, donde afirma y considera que los santos y las personas espirituales son dementes. En fin: antes el necio era elogiado -en sentido inverso e irónico- y ahora los santos son dementes -es una paradoja: en realidad está elogiando a los santos y no a los necios.- La obra de Erasmo es un prodigio de dobles sentidos y juegos irónicos de los que tal vez aprendió Cervantes, pero que está muy distante del modo de tratar nuestro escritor un tema como el de la locura.
¿Santos dementes? Todos los Santos, conocidos y desconocidos a los que rinde culto la Iglesia, ¿Locos de atar? El Don Juan de Tirso es más fuerte que el de Zorrilla, pero el de Zorrilla es más humano, más completo y más satisfactorio. La diferencia fundamental consiste en que el de Tirso no llega nunca a enamorarse y el de Zorrilla sí.
El infamador, de Cueva; el Esclavo del demonio, de Mira de Amescua, y la Fianza satisfecha, de Lope de Vega, asumen el hecho de la invitación sacrÍlega a un muerto lo que da a Don Juan la grandeza satánica con que llenó de horror y de admiración, al mismo tiempo, a un público cuyos profundos sentimientos religiosos no debieron en aquel tiempo ser incompatibles con cierto secreto deseo de sacudirse de encima el dominio de la Iglesia. Pues si la figura del Burlador se hallaba ya en las leyendas e historias populares de España como, por supuesto, en las de todos los países, el episodio del banquete sacrílego se encuentra en las cenas necrológicas que se celebraban en esos días en camposantos e Iglesias. Antonio de Zamora escribió una obra, No hay plazo que no se cumpla, la primera pieza teatral beneficiada por estos rituales marcados por el regocijo funerario. El escritor Said Armesto con el hecho de que en Galicia y otros países prevaleció hasta el siglo XVI la costumbre de celebrar la fiesta de los muertos el 2 de noviembre con ruidosas orgías celebradas en las iglesias, cuyos altares servían de aparadores para jarras y platos, sucediendo que cuando el vapor del vino calentaba los cascos de los comensales se proferían brindis sacrílegos a la memoria de los muertos que yacían en las arcas de piedra de las capillas vecinas, y las imaginaciones, exacerbadas por las libaciones, soñaban luego que a la media noche celebraban los muertos otro banquete, correspondiendo a la macabra broma de los parientes vivos. Todavía en el siglo XVII era costumbre en algunas familias españolas poner uno o dos cubiertos en la mesa para los muertos, en determinados días del año, como si aquel lugar o lugares vacíos hubieran de ocuparlos, invisibles, el padre o los padres del jefe de la casa. He allí, por tanto, en España todos los elementos que integran a Don Juan: el Burlador, en la leyenda y en obras anteriores a la de Tirso; el convite al muerto, en el romance popular; la estatua de piedra, en las estatuas yacentes de las iglesias; los cubiertos del banquete fúnebre, en las costumbres de familias españolas, y el hecho de que Don Juan se suela representar en los teatros de España la noche de difuntos, en la costumbre multisecular de los banquetes en las iglesias en honor de los muertos. ¿Un hallowen cristiano? Creo que sí. Al menos con la muerte y el más allá, siempre presente
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