El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Siempre tuvo septiembre un halo de tristeza, el que proviene del final del verano -contemplado como lunes de sol y asueto, martes de siesta y helado- y del oscurecimiento de todo: los días más cortos, los madrugones sin vida, forrar los libros de texto con film transparente, la vuelta a la obligación. Además, está el fresquito. El pase del sol que turra al anochecer temprano, el frío discreto que llama a la sudadera y el chal, a la rebequita y la camisa de manga larga. Septiembre es un recordatorio de lo que viene: la lluvia, el otoño, la nieve, el invierno. O eso era, al menos. Porque estos últimos años nos han regalado veranos más largos, fruto, probablemente, del cambio climático que unos niegan y otros abanderan, y que todo aquel que disfruta de la horticultura avista.
En septiembre empezaban las ligas de fútbol -que hoy se inician antes- y mi equipo solía empatar o perder en campos peregrinos, con céspedes rácanos y árbitros negreiros. Eso me ponía tristón, también. Luego ya, en primavera, los jugones se alíaban mejor, y la cosa solía cambiar, casualmente al aumentar las horas de sol. También me vienen, hoy día, las oleadas de notificaciones judiciales, programadas y escalonadas, pero igualmente estresantes. Plazos largos y breves, señalamientos de vistas, citación para testificales. Temas nuevos, desgracias y problemas personalísimos que hay que intentar resolver. O sea, jornadas eternas -las 37,5 horas propuestas por la Ministra de Trabajo me causan risa- de noche a noche. Entras de noche, sales de noche. Pocas cosas hay más tristes que no ver la luz del sol más que un rato, si es que ese día hay luz.
Por otro lado, para huir de la melancolía septembrina es necesario anclarse a aquello que te motiva: un hobby, hacer deporte, ver series, leer libros, dormir. Especialmente si eres un adolescente al que le queda apenas una semana para que comienza su particular esclavitud. Es la manera de convertir septiembre en un mes interesante, un nexo que une agosto con el día del Pilar. Y conocer nueva gente, estrenar compañeros, inquietantes profesores, y, por qué no, descubrir nuevos amores. Por eso este mes tan maldito para mí, con el paso de los años ha pasado a ser uno más, y eso que no puedo hacer como algún amigo, que se coge vacaciones en el noveno del año y viaja con vuelos más baratos, se hospeda en hoteles más económicos y come en restaurantes igual de caros.
Lo único que me está entristeciendo de lo que llevamos de septiembre, es el rostro maquillado de Pedro Sánchez hablando de modelos federales, cupos de financiación autonómicos y subidas de impuestos. El actual presidente del gobierno pasará a la historia como un gran desdecidor de todo lo prometido, un tipo que pretende llevar a España hacia una deriva federalista que nadie ha votado en referéndum, que fomenta la desigualdad entre territorios hermanos -vulgo, comunidades autónomas- y que mantiene su ritmo de gasto presionando fiscalmente a las clases medias que, como todo el mundo sabe, piensan que Lamborghini era un defensa de la Juve. Como para que uno esté optimista este puto septiembre, vamos.
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