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Pensar la Noche de Reyes va mucho más allá de la lista de compras. Es un posicionamiento ante la ilusión. Los padres crean un estado de magia buena en la que apetece quedarse a vivir sin más. Por eso no bastan los regalos sino que se necesitan los detalles. Las copitas de anís para los Reyes, el vaso de leche para los camellos, la búsqueda en el cielo nocturno del rastro que dejan entre las estrellas (más cerca, cada vez más cerca…), la expectación ante los regalos, las pistas de lo que vendrá. Mi padre, que creyó con firmeza en la fascinación de esta fiesta por encima de cualquier otra, se inventó para sus nietos la tarea de acumular las hojas secas caídas bajo la enorme noguera del patio para que los camellos encontraran un lugar mullidito donde descansar la noche de Reyes. En casa esta celebración siempre fue algo más y nos empeñamos en celebrarla siempre, por encima de las estancias en el hospital, de las preocupaciones y del miedo. Creer en la ilusión como una actitud con la que desafiar lo cotidiano.
Pero esta ilusión envuelta en resistencia y mantenida durante años ha creado capas y capas de recuerdos y de expectativas. Acercarse a este día es abrir la puerta a la nostalgia de lo que se fue y dejar al descubierto las heridas de la pérdida. El paso del tiempo, y supongo que el escepticismo de la edad, hacen difícil mantener la seducción. Me impongo mantener la esperanza por bandera a sabiendas de que no está de moda, confieso que a veces me cuesta apartar la pátina de suciedad que impregna hoy día la visión del entorno. En mi carta a los Reyes de este año voy a pedir salud, paz y mucha ilusión. A ver si la magia de esta noche puede hacer que dejemos de mirarlo todo a partir del enfrentamiento.
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