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Caídas ligeras
Línea de fondo
A la Avenida de la Reina Victoria de Madrid le llamaban la Senda de los Elefantes. Era la calle que conectaba el Estadio Metropolitano con el metro de Cuatro Caminos, por donde subían los seguidores del Atleti dando cabezadas ante cualquier contratiempo con el repetido mantra "¡Este Atleti!¡este Atleti!". El Metropolitano era el estadio de las clases populares de Madrid porque se podía llegar en transporte público, a diferencia en aquellos años de ese otro estadio innombrable. Estaba excavado en el terreno por lo que al entrar desde la calle se tenía toda la panorámica del campo . La grada más barata y popular era llamada el Tendido de los Sastres y estaba separada tan solo por una valla desde la misma calle, lugar donde se encaramaban muchos para ver a su equipo sin tener que pagar. Era un estadio donde se ponía una escoba del revés en el vestuario del equipo visitante y donde se plantaban ajos en las porterías. Un año que el Madrid tenía su campo de obras jugó en el Metropolitano y la única condición que puso el Atleti fue que sus socios pudieran asistir a los partidos con lo que todos los equipos adversarios del eterno rival contaron de antemano con miles de seguidores.
En los años 60 se vendió el Metropolitano a una inmobiliaria y se trasladó el club a la orilla del Manzanares, en el sur de la ciudad. El Ayuntamiento no concedió las recalificaciones prometidas y el traslado supuso un esfuerzo suplementario para lo que los finos llaman la masa social. Nunca estuve en el Metropolitano pero no he dejado de derramar alguna lágrima al ver el anuncio sobre el nuevo estadio que ha hecho la agencia Sra. Rushmore. El Metropolitano para mí está ligado a los recuerdos de mi padre, a Ben Barek, Carlson, Pérez Payá, Marcel Domingo, Peiró, Collar y Adelardo, a una España en blanco y negro y unos momentos donde predominaba una visión romántica del fútbol alejada de multinacionales y paraísos fiscales. No veo mal que se rediseñe el escudo y que al nuevo estadio se le ponga el nombre de una multinacional, pero hubiera preferido que se reformase el Calderón, un estadio que tiene una épica y en cuyos alrededores, desde la Plaza Mayor al río, se congrega la afición los días de partido. Habrá que aprender cómo llegar al nuevo estadio aunque mucho me temo que el día que me siente en su grada no pueda dejar de recordar el Tendido de los Sastres y aquel chaval llegado a Madrid desde un pueblecito de Logroño, estudiante del Instituto Cardenal Cisneros que hubiera dicho ante los cambios "¡valeinte gilipollez!".
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