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Balas de plata
Montiel de Arnáiz
La Tercera Guerra Mundial
Balas de plata
De aquellos lodos, estos charcos, porque los lodos (y los charcos) no tienen nacionalidad. Son igual de cochambrosos en todos lados, ya sea en Kiev como en Washington. O en Madrid. El lodazal en el que se ha convertido la política internacional no debe sorprendernos puesto que no nos es nuevo. Ya vimos en su día a Hitler anexionarse Polonia y provocar una guerra mundial. Es probable que antes hubiera más educación, que los dirigentes fuera gente con más estudios o más vergüenza, pero el imperialismo y el ánimo de enriquecimiento de los que reinaban o gobernaban era el mismo que hoy día. Si entrar en guerra nos hace ganar dinero o no entrar en guerra nos hace perderlo, la decisión está tomada de antemano.
Por eso este dislate al que hemos asistido entre Donald Trump, su vicepresidente y Zelensky debe dejarnos mal cuerpo a aquellos que nos dedicamos a analizar y a cotejar el pasado con el presente. Cada frente ha vendido y vende su discurso: unos, que si el ucraniano llegó en chándal, que si interrumpió a Trump, que si faltó el respeto al mediador; otros, que si aquello era una encerrona, que si Trump buscaba intimidar y coaccionar a Zelensky, que si eran mandatarios de Putin.
Lo que no debemos permitir es que la cochambre nos distraiga del alma de la justicia. La Rusia de Vladimir Putin ha invadido el territorio soberano de otro país, que lleva tres años defendiéndose con ayuda y fondos internacionales; fondos que parecen estar a punto de ser extinguidos. Ante esta hecatombe diplomática, tras millares de cadáveres rubios y blanqueados abonando las fronteras de Ucrania, el socio más importante de la OTAN cambia de presidente y de política arancelaria. Pero eso no quita que la parte más importante de la antigua URSS se pase por la hoz y el martillo el derecho internacional, penal o no.
Que Putin y Trump tienen intereses económicos y comerciales comunes es algo que, sin saberse con certeza, no deja de ser transparente para cualquiera que no sea Abascal. Donald Trump pedía hace unos días al (ya no) dictador Zelensky que convocara elecciones en su país (que se encuentra en guerra) para continuar siendo un líder democrático. A estas alturas de su vida no vamos a pedir al presidente norteamericano que demuestre ser algo distinto a un aprovechado ventajista sin escrúpulos, pero no por ello hemos de comulgar con sus ruedas de molino.
Lleva razón Trump, eso sí, cuando advierte al presidente ucraniano de la posibilidad de una tercera guerra mundial, claro que sí. Una guerra que él mismo está dispuesto a fomentar para conseguir un mayor beneficio económico propio o de su país, posiblemente. Debemos simplificar el problema para obtener una solución plausible. Vistámonos con la piel de otro: si Marruecos invadiera Andalucía alegando que le pertenece por los siglos que vivió el Islam en Al-Andalus, y, tras tres años de confrontación bélica, bombardeadas la Alhambra, la Giralda, la Mezquita de Córdoba y la Catedral de Cádiz, llegaran Trump, o Macron, o Meloni a vendernos el armisticio a precio de oro, entregando el territorio ocupado y quedándose con el 50% de los beneficios del olivo, la vid, la naranja y el algodón. ¿Cuánto tardaría un español de pro en mandar al supuesto mediador a tomar por culo? Pues los ucranianos igual, pero brindando con un vaso de kvas bien fría. Y eso es todo.
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