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Sí, eran otros tiempos, cuentan los que los vivieron, aún quedan algunos, o sus hijos o sus nietos. Eran otros tiempos en casi todo peor, pero también tenía su sabor y su mijita de nostalgia. Para empezar el sereno iba por las calles cantando “las tres y lloviendo, las cinco y con Luna…”. Y todavía en la madrugá iba de puerta en puerta llamando a los que le encomendaron la hora de levantarse a cambio de pagarle una copa de aguardiente en ca’ de Mijita o de Mojama. Cogía su borrico y para el campo a sembrar o escardar o segar según el mes .Y por la tarde volvía por la cuesta de los cagajones, que así se llamaba porque los pobres animales con el esfuerzo de la subida así le llamaron. Y quien no tenía borrico o mulo o caballo, por la cuesta de los valientes, que así se llamaba por empinada y peligrosa, aunque más corta, que era para llegar a la campiña.
Para San Miguel cortaban el jopo (terminar el contrato) o colocarse con otro a tanto el jornal más una fanega de trigo y otro de garbanzos. Y el que tenía su pará en el campo, en su choza de paja y pitones, la parva de gallinas encima del transparente, que así se llamaba el matorral que las cobijaba. Y tiempo de siembra talega al hombro e ir tirando el grano iguiendo la besana. Y luego a esperar la lluvia, que era un favor del cielo cuando hacía falta y un castigo del infierno cuando sobraba y encharcaba. “Está lloviendo y los palos puestos”.
Y la escarda, que hacía falta cuando ya el trigo o las habas o el alpiste o la remolacha estaban creciendo y las malas hierbas pululaban en derredor y había que hacer una limpia. Uno que sabe mucho me las cuenta: morcillera, malapaga, triguera, malva, gatuna en los garbanzos, perruna, leche trezna (que echaba un látex) y uno la confundió con la hierba cortadura y se le hinchó lo propio, que tenía escacharrao. Las cuadrillas de segadores, una hilera de forzudos zoleta en mano y el manijero a la vista para que todo fuera bien. Y el chiquillo, que me contaba El Capi, que le tenían a él por dos pesetas, para que los borricos no se metieran en el sembrado. Y luego llegaba el día de jolgá, en castellano holgar, quedarse en el pueblo en la taberna todo el día jugando a las cartas, al tute o la brisca .
Y en el campo los de siempre contratados trabajando de sol a sol ¡qué tiempos madre mía decía uno! Y al mediodía el gazpacho que el casero había preparado y todos a comer “cuchará y paso atrás.” Y el aperaor decía “comamos y bebamos los que aquí estamos y que el que venga, que venga ya lejos”. Y cada uno se llevaba para casa la telera de pan que le daban cada día. Pero no todo era buena ecología y bienestar. Que el pan con manteca era un manjar o la célebre espoleá. O coger higos chumbos o algarrobas o azufeifas. Y el que podía ir al campo, en su debido tiempo, a coger espárragos, tagarninas, cardillos o caracoles.
P.D. Permitidme que como final, cuente que una vez hace muchos años (todavía me acuerdo) oía a un zagal que montado en su borrico iba cuesta abajo por el camino de las Quebrá cantando un fandango… “Al revolver una esquina, sabrás a lo que vengo niña, me dieron tus resplandores, pá coronarte de flores...”. Ni el mismo Góngora o Machado pudieran con tanta belleza hacerlo mejor, como aquel canto entre los jerjenes y las acacias del camino de piedra.
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