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Hace unos días un buen amigo me mandaba por una app de mensajería instantánea un mensaje que le preocupaba y quería compartir conmigo. El contenido hacía referencia a un artículo aparecido en un blog que se publica acogido en las páginas de este periódico y que, con un título que apelaba al regreso de Herodes, divagaba sobre ciertas diferencias entre las infancias de quienes ya tenemos cierta edad y la del tiempo actual. El autor hacía afirmaciones sobre las distintas maneras de educar a nuestros hijos e hijas ayer y hoy y, llegado a un punto de su escrito, se atrevía con una comparación entre aquellos críos de entonces y personas que hoy en día están diagnosticadas con ciertos trastornos del desarrollo que les llevan a ser de una determinada manera también. Literalmente, afirmaba "Antes los niños eran traviesos, ahora son hiperactivos. Antes eran empollones, ahora tienen alta capacidad, antes eran tímidos, ahora son Aspergers".
No soy periodista, pero desde siempre he creído que la labor de un buen profesional de este ramo es ofrecer información u opinión desde una base bien documentada y contrastada. No soy periodista, pero soy padre de un chico de más de veinte años con Síndrome de Asperger y esta experiencia vital me sirve para entender que una afirmación como esa no está hecha desde el conocimiento, desde la perspectiva que te puede dar informarte y conocer qué es en realidad el Asperger. Quiero creer que alguien que sabe de esta condición -no es una enfermedad- y de los sufrimientos que en muchas ocasiones conlleva en estas personas y en su entorno familiar no puede banalizar y frivolizar tan a la ligera con el Asperger. Porque no es timidez; ojalá mi hijo y los de tantas personas que conozco que tienen un Asperger con ellas fueran simplemente tímidos. Pero el sufrimiento al que me refiero, la soledad, el llanto, el trauma o la frustración no tienen nada que ver con la timidez.
Y quizás la fase de documentación para entender qué es el Asperger no tendría que pasar por la búsqueda y la lectura de documentos científicos que expliquen el origen o la razón de este síndrome. Igual no serían necesarias horas frente a una pantalla de ordenador visionando documentación, documentales o películas que retratan el día a día de las personas con Síndrome de Asperger. Igual bastaría con contactar con cualquier familia con un Asperger en su seno y pedirles que le contaran cómo pasan sus días su hijo o su hija. Quizás cuando tuviera esta información consigo podría entender mejor que cuando ante una crisis hay que llamar al 112 y llega la ambulancia a casa para atender a la persona con Asperger, y los médicos y sanitarios le atienden y hasta le medican para calmarle, es evidente que no estamos pasando por un episodio de timidez extrema. O, quizás, podría comprender también que cuando un chico o una chica con Asperger te dice llorando que su vida es una mierda y que solo quiere morirse, eso no tiene nada que ver con la timidez. Y podría poner en estas líneas muchos más ejemplos que dejarían a las claras que el Síndrome de Asperger, las personas y familias que lo padecen -no en el sentido de padecer una enfermedad, sino en el de sufrir las consecuencias de esa manera especial de estar en el mundo-, no tiene nada que ver con la timidez, por mucho que a veces pueda parecerlo.
La vida de las personas con Asperger no siempre es como la pintan en las películas y series de televisión. No todos los aspergers acaban trabajando como cirujanos en un hospital privado de los Estados Unidos. En ocasiones, al pensar en el Asperger viene a mi memoria la última frase de la novela de Mika Waltari, "Sinuhé, el egipcio", que acaba refiriéndose al personaje con algo así como "aquel que vivió solitario todos los días de su vida". Si eso es timidez, que baje dios y lo vea.
Y no me gustaría poner punto y final a esta tribuna sin pedir disculpas por si algunas de mis palabras y reflexiones pueden haber molestado a alguien. Las he escrito sin intención alguna de ofender o dañar, pero entiendo que es posible que alguien pueda sentirse así. Si es tu caso, lector o lectora de estas líneas, te pido disculpas y lamento profundamente haberte ocasionado esa sensación. No pasa nada por pedir disculpas cuando uno se da cuenta de que puede haber producido dolor en otras personas. No es ridículo, ni cobarde, ni motivo de vergüenza. Es más, creo que, en ocasiones, pedir perdón engrandece a quien lo hace.
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