Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El tocadiscos
Balas de plata
Como la mayoría de las cosas que nos pasan en la vida, todo comenzó en nuestra infancia. Mi padre se había comprado un tocadiscos nuevo y el antiguo, que tenía una gran calidad de sonido, lo pasó con su mueble a nuestro dormitorio. Como investigador que siempre fui de la biblioteca (y la discoteca) de mi padre, entre la infinitud de vinilos de música clásica -muchos más que de flamenco, para sorpresa de alguno- encontré algunos discos que se acercaban más a mis gustos de adolescente roquero, como uno de Triana que incluía "Abre la puerta", otro de Pink Floyd, donde cantaba su "Money", el de los Moody Blues de "Nights in white satin" y alguno más. Luego llegaron otros discos prestados, de Led Zeppelin, Black Sabbath, el lp de las chicas en pelotas de The Jimi Hendrix Experience, The Clash, Neil Young, o el "Made in Japan" de Deep Purple.
Con el tiempo me ocurrió una cosa realmente curiosa, el tocadiscos se estropeó y resulté ser un melómano con vinilos y sin un lugar donde ponerlos. Los discos pasaron de moda, salieron los discos compactos -tengo centenares- y luego Spotify apareció en la fiesta y, junto con Apple music y Amazon Music, pareció que fueran a cargarse el negocio del vinilo. Pero no fue así. De repente las tiendas de oportunidades de segunda mano comenzaron a ponerse las botas vendiendo discos y más discos antiguos y las colecciones de jazz y blues como las mías empezaron a incrementarse: Miles Davis, B.B. King, Otis Redding, Charlie Parker vinieron a casa para quedarse.
Un día de Reyes me regalaron un disco doble de Robert Plant, y como no tenía tocadiscos lo dejé en casa de mis padres. Nunca más se supo de ese volumen. Hasta el día de hoy jamás apareció. Pero da igual. ¿Acaso no resulta un disfrute pasear por mercados navideños como el que suelen poner en Bahía Sur y ojear entre columnas de vinilos alguna rareza heavy, como un disco de versiones de Doro? Otro de mis lugares predilectos para comprar discos antiguos es una tiendecita coqueta que hay en una calle frente a La Campaña, en Sevilla. Allí encontré hace unos meses un disco de Pericón de Cádiz, para mi padre, y otro de Eric Clapton para mí.
En las tiendas de segunda mano, los mercadillos matutinos y en las casas de los amigos que van a desprenderse de ellos, pueden encontrarse verdaderos tesoros, como el "Introspective" de Pet shop boys (cinco euros), el "Crossroads" de Tracy Chapman y algún otro de Led Zeppelin, mi grupo predilecto.
El mercado del vinilo ha despuntado y va frenéticamente al alza. Los grupos de música sacan sus nuevos discos en edición vinilo -espero que "El principito", de Saurom ofrezca ese formato- y las grandes bandas ofrecen box-sets de lujo como el "Mellon collie…" de The Smashing Pumpkins o el "Starkers in Tokyo" de Whitesnake. Estoy convencido de que muchas de las cartas de reyes incluirán en su interior un cantidad ingente de vinilos. Sobre todo, los que incluyen las canciones de nuestra infancia, de nuestra juventud. Melchor, Gaspar y Baltasar tienen tocadiscos y pondrán en él ese disco de Villancicos clásicos españoles que compré por un euro en las navidades del año pasado.
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