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El término Reaganomics recoge las políticas económicas desarrolladas durante los mandatos del presidente Reagan, en los años 80, contra la estanflación, es decir, una diabólica mezcla de estancamiento económico con alta inflación, que entonces sufría la economía. La Reaganomics es la base de lo que se conoció por sus defensores como Economía de la Oferta o, peyorativamente, por sus detractores, como Neoliberalismo.
A diferencia de la Reaganomics, la Trumponomics del primer mandato del presidente Trump no mereció ni siquiera que alguien dedicara su tiempo para abrirle una entrada en Wikipedia. Si Trump no hubiera recuperado el poder, sería un término condenado al olvido.
La Trumponomics 1.0 prometió mucho más de lo que cumplió. Los constantes fuegos de lo que podríamos llamar el Ala Oeste de la Casa Blanca, con frecuentes dimisiones en el equipo presidencial, así como los frenos automáticos que ofreció la sólida democracia norteamericana, conocidos como checks & balances, limitaron su desarrollo. Salvo en la reducción impositiva, en otros campos, como el endurecimiento de política migratoria y arancelaria, las medidas adoptadas fueron más estéticas que de calado. Por poner un ejemplo, hubo más deportaciones de migrantes en los mandados de Biden u Obama que en el de Trump. Sin embargo, sí hubo víctimas, como las aceitunas negras andaluzas, ingrediente entonces predominante en las pizzas norteamericanas.
Trump, el deshonesto cumplidor, intentará, una vez más, aplicar su disruptivo programa, de forma más expeditiva, como señalan los 1.500 soldados que piensa desplegar en la frontera con México. Este Trump 1.1 ha superado su versión beta, y aunque con las mismas recetas, utilizará la experiencia previa y los recursos de su Santa Alianza con el tradicionalmente demócrata Silicon Valley, para intentar superar los controles internos, como demuestran las iniciadas purgas de funcionarios en el Departamento de Justicia, su principal némesis en el primer mandato.
El punto común entre la Reaganomics y la Trumponomics previsiblemente volverá a ser una bajada generalizada de impuestos. Pero a diferencia de Reagan, Trump sabe que la Curva de Laffer, que promete subidas de recaudación tras dichas bajadas, es una bonita utopía para su economía, ya que exige tasas impositivas iniciales próximas al 70%. Es decir, sus recortes impositivos llevarán a un incremento del maltrecho déficit fiscal estadounidense. Pero Trump tiene una solución, emplear todo el poder del Imperio, lo que los anglosajones llaman hard power, para que ese déficit lo paguemos el resto del mundo. Eso sí, será un extorsionista comprensivo, ofreciéndonos diferentes opciones, desde comprar a Estados Unidos más petróleo o gas licuado (mucho mejor lo primero que lo segundo para nuestra inflación y competitividad industrial); comprarles más armas, multiplicando nuestro gasto en defensa; o pagar altos aranceles a nuestras exportaciones, especialmente las agroalimentarias, ya que son las más fáciles de sustituir, lo que claramente perjudicaría, otra vez, a Andalucía. A corto plazo, nuestra mejor opción puede ser pagar, aunque intentando negociar una rebaja del chantaje. A largo plazo, las opciones para Europa se multiplican, desde promover un nacionalismo de plataformas digitales, del que existen múltiples ejemplos exitosos en el mundo, hasta una mayor autonomía defensiva, pasando por reforzar nuestras alianzas con otros chantajeados. Tras la victoria de Trump, The Economist, tirando de la ironía, propuso la integración de Canadá en la Unión Europea.
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