El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Me fui de vacaciones, una corta semana, ya que el tiempo es relativo y yo más. El oleaje hirsuto de batidos de las olas furiosas, onanistas de rocas, círculos de sal sobre la tiza que, al caer, agrede. Encontré en un desguace de libros, un suplemento de periódicos de antaño que exaltaba la tauromaquia. Pero, igual que en la marisma, las mañanas de niebla a ras de suelo, veo levitar a la ciudad de la puente, igual que Pérez Casaux, con aquel libro erudito. Sestear ante el agua con sus rotidos constantes, me subyugó entre realidad y ficción. Lo pensé, fríamente: ¿Los nombres de los toreros o sus apodos, alías o resaltes, no eran como los caballeros que en los libros de caballería, se usaban para ganar fama y renombre?.
Alifanfarón, Amadis, Pentapolín del arremangado brazo…Toreros hubo que se dedicaron a la escritura, Sánchez Mejías, ganaderos poetas, Fernando Villalón, y cómo no, al ser la verdad una visión personal de cada quisque, toreros inventados. ¿El Poquito Pan? Se llamaba Antonio Sánchez, le preguntaron un día que porqué cuando acabada la temporada, se iba al campo a sembrar etc. Debo ayudar a mi padre. No querrá usted que no le deje ganar su poquito pan. Y claro, Cela crea a Independencia Trijueque, Gorda II, señorita torera.
Así, quijoteando por los libros esterlinos, aparecen apodos más raros que una galaxia en el café. El niño de la Venta nueva del camino viejo de San Juan de Aznalfarache, Que necesitaba la impresión de dos carteles para él solo, o tan corto como A-42, que parece el nombre de un arma y no un grito de guerra. Simplemente fue idea de Andrés Martínez Leal, de 42 años.
Las lecturas de vacaciones son como la realidad que pasa por ser la verdad de cada uno. Si la imaginación convence de que lo imposible es verosímil, ya lo tenemos en bandeja. El Aspirino, fue un cartagenero, el Niño de la Plegadera ni se sabe, El sitiador valeroso, le pegaba a Antonio Banderas con Woody Hallen.
El marquesito de la Pipitaña, suena al dr. Thebussem, El cienquilómetros y el Galopin de la Mancha, inextinguible e inencontrable. Claro que Chiquito de la Mancha, se llamaba Cristóbal Martínez y toreaba por los pueblos, el año de la muerte de Franco. El niño de las tres espadas, debió tenerlas en astillero…
El montón de libros y revistas a la sombra arbolada, hace una pila jugosa. La luna grande de agosto subyuga a las mareas. El Mollicodio, que es uno que como le dé la herejía la sostiene con terquedad, juraba esta mañana que él quería torear su arte en una sala de Espejos.
En fin. Hay gente p ató. Le meto mano a Cornelia Bororquia. Historia verdadera de la Judith española. Novela rara avis, llena de musgo y babas. Ya veremos. A lo mejor, al alba, saldrá alguien de la Venta.
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