Cuántas veces...

Puente de Ureña

12 de marzo 2025 - 06:00

Cuántas veces pienso en la muerte. La disolución de todo lo que fuimos hasta el instante mismo en el que el tiempo no será en nosotros. La memoria es un juego del olvido. La memoria es el selector que elimina lo inevitable, y selecciona sus recuerdos.

Afuera, llueve. Nubes uniformes, cerradas, como un inmenso acorazado de guerra. Oigo el repiqueteo, como de frito, de su intensidad. El día ayuda a pensar. Aunque sean pensamientos melancólicos. Aunque esté desangrado en la desgana. Leyendo a ratos. Escuchando el Requiem, de Mozart. In excelsis deo.

La música flota para darme aliento, ahora, que mi ánimo parece acomodarse entre la marisma y la desidia, entre dos aguas, como siempre, como la añeja guitarra de Paco de Lucía, que siembra viento entre los huecos del sonido y del mar.

La pobre isla que tenía huertas, huertos, jardines, esteros y un tejido industrial y militar, malvive ahora con un jirón de ese tejido y la ausencia de todo lo demás. Ínsula decreciente, menguante, cada vez más vacía. Y triste. Las lluvias son las lanzas de Velázquez en el instante de su rendición.

Enfermo y decaído pienso en las güertafueras abandonadas, rescatadas sólo por la selva espesa de la retama, la salicornia, la sapina, entre la arena y el fondo, ese tipo de plantas tan espumosas, tan nítidas, tan esenciales. El violeta de la salicornia en flor como un homenaje ribereño a la cañaílla de la púrpura y la nobleza. La flor del saladar, el sitio donde la mar recuesta el sueño mineral de sus espumas.

Por la mañana, al alba, el celaje es el hirsuto labio cortado donde se concentra la negrura. Las nubecillas que escapan de él son casi cascarillas de moluscos viejos. En la marisma, la perdiz cuchichía, el jilguero gorjea, el chamariz o verdecillo retuerce el trino como la vieja garrucha/carrucha sin engrasar de un pozo, a lo mejor, sus ecos son canciones, alma y vida para no dejar al viejo corazón tan desangrado de desganas.

Y, si para colmo has de asistir al cementerio, en uno de los patios solitarios, rodeado de nombres y de fechas, vivirás de recuerdos entre Larra y Mesonero Romanos. La vieja pregunta de la nada. ¿Será posible que aquí, donde al parecer estoy solo, me encuentre rodeado de un pueblo numeroso, de magnates distinguidos, de hombres virtuosos, de criminales y desgraciados, de las gracias de la juventud, de los encantos de la belleza y la gloria de saber? «Aquí yace el excelentísimo Sr. Don…» ¿Será verdad que el silencio es el fondo del no ser? La nada no impone distinciones. Ni destaca a sus nadies. Pienso, mientras la lluvia caracolea en un cristal del fondo, en la vía muerta de tantos sueños, cargos, maldades, mentiras, altas mentiras enterradas, perdidas, pero vivas siempre cómo una eternidad en las generaciones posteriores…Allí sí hay igualdad. Nadie es más que nadie. Ni excesos, ni derrotas. Ni vanidades oxidadas.

Se disuelve la vida sin el tiempo. Enterrando las ansias del ayer.

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