Ventolera

Llevamos unos días de viento por estas tierras francesas que ni en Tarifa. Aquí no hay Levante, ni Poniente, pero tienen el viento d’autan, que para el caso es lo mismo. Sopla con la misma fuerza, y se hace igual de pesado, provocando dolores de cabeza, irritabilidad, cansancio y algunas ramas caídas.

Como las ventoleras gaditanas, este viento tiene dos versiones: la blanca y la negra, según venga un aire más cálido o más fresco, más húmedo o más seco. Y tiene mitos sobre su duración: yo siempre había oído que el Levante sopla durante un número impar de días; mientras que aquí el autan, dura 3, 6 o 9 jornadas.

El autan tiene incluso un sobrenombre: le vent qui rend fou, o el viento que vuelve loco, porque -como ya sabemos- una ventolera puede desequilibrar a cualquiera, y existen estudios que avalan su impacto en pacientes con antecedentes psiquiátricos. Lo que no está contrastado es que este viento sirviera de atenuante en las condenas de los crímenes cometidos durante estas rachas, como cuenta la leyenda.

A mí estas historias, la primera vez que las oí, me descolocaron: toda la vida creyendo en la originalidad de nuestras levanteras, y resulta que a 1.400 kilómetros cuentan las mismas historias.

No es la única analogía que encuentro entre estas dos regiones. Salir de casa siempre enseña que lo que creíais único no lo es tanto, pero en este caso tiendo más a pensar que estos pequeños rasgos que nos unen tienen mucho que ver con vivir en el sur.

De siempre para mí el sur ha sido donde yo estoy: El Puerto, Cádiz, como mucho Andalucía, como si mis propias raíces fueran un hito geográfico. De ahí para arriba, todo era norte. Pero cada país, independientemente de su tamaño, o del paralelo en el que se sitúe, tiene su norte y su sur, demostrando una tendencia humana a trazar una raya divisoria en el centro de cada territorio, una predisposición universal a marcar el arriba y el abajo que hace que también aquí, por encima de los Pirineos, yo siga estando en el sur.