El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
San Fernando/Estoy convencido, la patria es la infancia. Lo dijo un gran poeta, Rilke. En realidad afirmó que “la verdadera Patria del hombre” era la infancia. Mi amor a esta ciudad viene de la infancia. Por ese despacioso reloj de aquellos días pude vislumbrar una ciudad detenida, aquietada. Como de un siglo antes. En la Biblioteca Lobo, en los manchones, en el puente de Zuazo, la liturgia carmelitana, la escasa iluminación de las noches de invierno, las fachadas del caserío, los desfiles de la marinera y la infantería de marina, con su banda de grandes maestros… Y las palabras. La gente hablaba con las palabras de un siglo antes, o dos. Digo que al español tradicional, la lengua de siempre, se le añadían gotas de la propia cosecha. Eran las palabras de las huertas, de los diques y cuarteles, las salinas y los esteros. Todo contribuía a todo. Por ejemplo yo no sabía que las huerta’fuera en realidad eran las vueltas de afuera de los esteros. Pedro Payán no había publicado su Léxico de las salinas ni Patricia Cavada estaba reclamando a Costas y a la Junta de Andalucía que repararan las vueltas de afuera de nuestras salinas. Las huerta’fuera formaban parte del paraíso que era la Isla, el Prohibido paraíso que acabaría poniendo en magníficos versos nuestro poeta Juan Mena Coello. Y que metería “por villancicos” el genial Rafael Duarte. El estero era eso, una vuelta de fuera, una compuerta llena de camarones, un estanque de agua falsamente quietas donde los peces -robalos, doradas, zapatillas, anguilas, lenguados…- esperaban los finales de octubre de cada año, hasta los eneros, para disfrute y privilegio de los vecinos. Hoy todo ese esplendor es una reclamación de Patricia Cavada a Costas y la Junta (curioso, Costas y la Junta son más que alguien a quien pedir explicaciones, (son) como realidades nebulosas, no imputables, poseedoras de inviolabilidad). Está costando mucho trabajo que los vecinos y sus representantes acaben de ver la riqueza del parque natural de la Bahía de Cádiz, como un depósito de riqueza y de prestigio. Una verdadera apuesta ya de la Universidad de Cádiz, no sólo para lograr el anillo al dedo que debe ser esta riqueza, sino su propio potencial económico y empresarial. Y en este encuadre hay que situar la petición de la alcaldesa isleña, arreglen las vueltas de afuera, inviertan en desarrollo sostenible, trabajen por la justicia que exige este espacio natural privilegiado, insólito y único. De aplaudir esta beligerancia. No es cosa de partidos encontrados y antagónicos, es un tema de todos, que tan difícil es que triunfen en España, los temas de todos. Habría que no perder de vista las vueltas de fuera, esta pequeña cosa tan importante de nuestro futuro, que es nuestra obligación.
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