La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
la esquina
DESDE esta mañana del 1 de julio los viajeros en tren entre Toledo, Cuenca y Albacete deberán hacer transbordo en Madrid, al quedar eliminado el servicio de AVE que unía directamente a estas ciudades manchegas. Seis meses ha durado el experimento. Ni habría existido de haberse hecho las cosas con cabeza en vez de con demagogia política.
A la clientela del transporte ferroviario no le va a suponer ningún drama especial la supresión de los AVE. Con la Alta Velocidad tardaban dos horas y cinco minutos en trasladarse de Toledo a Albacete, por ejemplo, y y ahora, con el transbordo, tardarán veintitrés minutos más. No es como para indignarse. Y tampoco se trata de una muchedumbre de damnificados: ese AVE lo han venido cogiendo una media de nueve personas diarias desde que se inauguró la línea.
Ahí es precisamente donde está el problema. Con una ocupación tan baja a Renfe le cuesta 18.000 euros diarios mantener la línea. Un servicio que no sirve a casi nadie. Entonces, ¿por qué se puso? Porque los responsables políticos nos han malcriado. Igual que hicieron en su día con los estudios superiores, multiplicando las universidades y las titulaciones hasta el infinito pero sin sopesar la calidad y valor de las mismas, en materia de infraestructuras se han pasado. Han prometido, han estado haciendo, autovías y líneas férreas a porrillo. De hecho, España es el país europeo con más kilómetros de alta velocidad en servicio, y uno de los primeros del mundo. Nos hemos llegado a creer que teníamos derecho a una estación de AVE en la puerta de cada casa.
Naturalmente, eso da votos, y ningún presidente autonómico ni alcalde de capital de provincias -y de lo que no es capital- se ha resistido a la tentación de acumular cortes de cinta inaugural tan rentables. Pero llegan las vacas flacas y, con ellas, la conciencia de que estamos muy endeudados como país y como individuos y que no es posible seguir endeudándonos más. Cada kilómetro de AVE cuesta construirlo entre 12 y 30 millones de euros y mantenerlo 100.000 euros al año. Quizás no somos tan ricos para permitirnos el lujo de una red de AVE tan extensa y tupida. Podríamos empezar por suprimir las líneas que carecen de la demanda social mínima que justifique su existencia. Como ha hecho Renfe en Castilla-La Mancha.
Saldremos con bien de esta crisis si somos más austeros y trabajamos más y mejor para lograr una economía competitiva, y también si alcanzamos la madurez colectiva suficiente para comprender que no podemos aspirar a comer caviar siempre si lo que producimos nos da para aceitunas. Y no saldremos si seguimos echando la culpa de todo a los codiciosos mercados financieros.
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