Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
DE POCO UN TODO
EL acento andaluz se ha convertido en un tema de rabiosa actualidad. A la gente no le ha hecho gracia el comentario de Montserrat Nebrera sobre la manera de hablar de la inefable Magdalena Álvarez. Gracia, la verdad, no tuvo. Sin embargo, se sobreactúa. O sea, que vengo a disculpar a la catalana. No porque me caiga bien (todo lo contrario: es centrífuga en lo territorial y centrípeta en lo político, tendencias ambas que considero mareantes), sino porque tanto victimismo nos hace mucho mal a los andaluces.
No a todos, claro. Es evidente la maniobra de Álvarez, que haciéndose la ofendida se sale muy digna y diz que súper dolida de la luz de los focos. Hace daño a los andaluces porque nos inocula un complejo idiota de inferioridad. Y ante el resto de los españoles, convierte nuestro acento en un tema tabú, que no debe ni mirarse, como un defecto de nacimiento. Lo más sano para todos hubiese sido constatar que la Nebrera también tiene acento de chiste, concretamente de chiste de catalanes, que los hay muy buenos. Contar dos o tres, descostillarnos de risa y, luego, seguir discutiendo en serio la gestión de Fomento.
Estamos perdiendo el sentido del humor. Hace unas semanas, comenté aquí que los andaluces teníamos un problema con la pronunciación de la "s". Un atento lector de sobrenombre Al-Mutamid (supongo que sería un sobrenombre, vaya) me afeó el comentario: "Los andaluces no tenemos ningún problema de pronunciación". Yo no me refería a un problema serio (o zerio), disculpe, sino a un roce (roze o rose) con la consonante en cuestión. Dejémoslo, pues, en que la "s" tiene un problema con nosotros, aproblemáticos y adánicos hijos de Tarik.
Antes de que me lancen una fatua, declararé que yo, con problemas con la "s" o viceversa, estoy encantado de mi acento andaluz. Tanto que lo ejerzo en tres idiomas. Además de en el español de mi alma, lo uso en los fragmentos y ruinas ("Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ campos de soledad, mustio collado,/ fueron un tiempo Itálica famosa") del latín con el que a veces rezo. Y en Londres, hablando inglés en el metro con un aborigen, vi cómo se me acercaba un propio que me soltó: "¡Quillo, ¿tú, de qué parte de Andalucía eres?!". Me pareció bien: si en inglés los escoceses gastan su acento, y los norteamericanos, y los australianos, ¿por qué no un gaditano? Sería muy triste que los andaluces, gentes zumbonas por fuera y orgullosas por dentro, acabásemos, por culpa del victimismo interesado de nuestros políticos, justo al revés: picajosos por fuera y acomplejados por dentro. Lo lamentable de Magdalena Álvarez no es el acento sino lo demás, y lo penoso de la Nebrera es que, a pesar de sus aires, no sepa distinguir el acento de Magdalena de su sintaxis, que sí es un chiste, como la de Moratinos. Pero ninguna de esas señoras merece que se monte tanto jaleo con nuestro pacífico y precioso acento del sur.
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