La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
Con cada nuevo libro de aforismos que él edita, yo quiero dedicarle un artículo, pero la actualidad me arrastra. José Luis Trullo, desde Sevilla, al frente de la pequeña colección "Apeadero de aforistas", hace una labor inmensa por este género menor (cuantitativamente hablando), de tanta calidad como actualidad. En Andalucía tiene muy buenos representantes, como un vivero, por el magnetismo del Juan Ramón Jiménez de Ideolojía y del Machado de Mairena, y del de una más larga tradición, si pensamos en Séneca, más aforistificado que nadie. Por cierto, a Pemán, ahora que está de moda extraerlo de todas partes, también se le podría extraer una espléndida antología de aforismos, pues tenía el don de la gracia preclara y la teoría breve y completa, con perdón.
Ha sido un aragonés, con todo, el que me ha dado el empujón definitivo para hablar de esta colección y de Trullo. Se trata de uno de sus últimos libros: la reedición de los olvidados Aforismos del solitario, de José Camón Aznar. Lo tiene todo. Gracia: "¿No será la forma de las pirámides una consecuencia de huelgas sucesivas?" Moral: "Entre mi alma y mi deber no encuentro diferencia". Mi biografía, casi: "Universidad. Fray Luis hablaba de Teología, el estudiante grababa en su banco el nombre de Leonor". Crítica literaria: "Consejo a un escritor. Escribe sólo el libro que no puedan escribir los demás". Política: "Existe la libertad mientras se pueda morir por ella". Religión: "Decadencia religiosa: cuando la fe es sustituida por la caridad". Y hasta Teología: "El drama del hombre: lo único que puede conocer es a Dios y no se atreve".
Camón Aznar se pone una dura prueba: "Buen libro: cuando a su final el lector escribe la página siguiente"; y la supera, porque a muchos de estos aforismos hay que caligrafiarles una coda de puro entusiasmo, como un aplauso deletreado. Se pregunta él: «¿De dónde procede la mujer: de la costilla o del sueño de Adán?», y uno apunta que de ambos, tan soñada siempre como carne de nuestra carne. "Al hombre bueno lo purifica la alegría. Al hombre malo, el dolor"; y el tonto -añado yo- se cree purísimo y oro. "Gritas tanto tu verdad que parece que la llamas", susurra y yo, por fin, me digo: "Chitón". Con lo dicho ya es bastante para que ustedes se hagan cargo del aforista formidable que estaba traspapelado y ha recuperado Trullo. Leyéndole nos recuperamos también un poco a nosotros mismos.
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