Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
En las Geórgicas y en las postales, el campo es precioso. En la realidad, están los insectos. Si uno fuese Jünger, tan épico y, a la vez, tan aficionado a los bichitos (la caza minúscula, decía el inmenso escritor) lo llevaría mejor. Siendo yo, lo llevo mal. Con las lluvias de mayo y el sol de mayo, la casa se nos ha llenado de hormigas voladoras, llamadas alúas. Lucho -me alivio con la aliteración- con un aleve alud de alúas.
El primer susto no me lo quita nadie: pensar que eran termitas, que es lo que me faltaba tras pagar a Hacienda. Apliqué la lupa a las alúas. Las termitas voladoras tienen el cuerpo rígido (como se me estaba quedando a mí) y las antenas enhiestas, cuernos astifinos. Las alúas ostentan antenas salomónicas y dos cinturitas de avispa. Eran alúas, suspiré. E incluso recordé que en el campo-campo son benéficas, porque dan de comer a los pajarillos, que no aran ni siembran ni recogen en granero, y porque indican al labrador cuándo la tierra está húmeda y cálida, perfecta. Ellos las llaman "hormigas de sementera", que es nombre de pan llevar.
Hay machos y hembras. Los primeros, cumpliendo los sueños de una feminista radical o de una amazona mitológica, morirán enseguida, todos, fecunden o no fecunden a las hembras. Carpe diem, es su lema. Las hembras, si son felizmente fecundadas, se libran, pierden las alas de la soltería y escarban sus hormigueros. Serán reinas, como los peones que coronan, pero de su casa, y esto último no gustará tanto a las feministas, que tiran más a republicanas. Las solteronas, en cambio, mueren pronto, pobres. Por muy espantados o molestos que estemos nosotros, las alúas tampoco están echando un buen rato. Asistimos a un macabro baile nupcial de Eros y Tanatos.
No tengo nada claro que sean tan inofensivas como dicen. Tal invasión de alúas nos hace tirar de insecticida y puede ser que, por un efecto bumerán, acabemos auto envenenándonos. Unas plantas se polinizan aprovechándose de las abejas, mientras que el cacao, el café y la caña de azúcar se expanden parasitando a los humanos. Para mí que las alúas igual: han delegado el veneno de las avispas y de las arañas en el hombre desesperado con su bote de spray. La naturaleza se las sabe todas. Pero qué remedio: es susto o muerte, spray o infarto. A cada rato me sobresalta un grito: se le han vuelto a posar en el pelo o a colar por dentro de la camisa a mi mujer o a mi hija.
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