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EL antimarianismo de Albert Rivera, que asegura que jamás pactará con Rajoy, escandaliza a muchos comentaristas. Primero, porque ¡qué falta de respeto a esos millones de votantes que tiene Rajoy! Y segundo, porque ¿qué hace el líder de un partido, además minoritario, haciéndole las primarias al líder de otro partido, que, encima, fue y será el ganador?
Son críticas aseadas, pero muy poco lúcidas. Para responder a la primera objeción, basta recoger la segunda. En el PP no hay primarias y en España hay listas cerradas, de modo que es legítimo y lógico suponer que hay quienes sí votan al número uno por la lista de Madrid, pero otros lo hacen al Partido Popular porque no ven otro mal menor o porque les gusta el número dos o el cinco de la lista de su provincia. No se puede saber a ciencia cierta, aunque las encuestas de popularidad de los políticos nos permiten hacernos una idea. Y los índices de Rajoy son pulgares. Hacia abajo.
Para responder a la segunda crítica sólo hay que insistir en lo dicho. No se trata tanto de las primarias, como de un mensaje con segundas. Rivera tiene que pescar en las dos orillas, y la manera de hacerlo es atizarle a Rajoy; aunque esa saña ad hominem no sea elegante, desde luego. Entre los millones de votantes al PP, hay algunos a los que no les gusta el líder ni la forma en que ha dirigido los asuntos públicos, pero son de centro-derecha. ¿Por qué iban a votar a Ciudadanos? Pues tal vez por lo que Rivera intenta sugerirles: pactaremos con el PP, pero sin Rajoy. Les ofrece una salida de centro-derecha, vendiéndoles, de paso, unas primarias virtuales o 2.0.
Y, a la vez, pesca en la ribera del PSOE, cuyo programa no se diferencia, en el fondo, tanto del del PP, pero donde anida una manía visceral a Rajoy. Rivera les vende la seguridad de que no pactará con Iglesias y de que no perpetuará al presidente en funciones. Para los sectores más centrados o socialdemócratas del PSOE es algo.
Lo que haga Albert tras las elecciones es una incógnita y depende de la aritmética, pero el enconamiento contra Rajoy no es idiota ni una rabieta personal. Aunque Rajoy tampoco ha tratado de hacer amigos y lo ha ninguneado, el antimarianismo naranja es una estrategia muy fría y calculada de atraer a votantes de ambos lados del centro exacto. Se le puede criticar, sin duda, pero sabiendo por qué lo hace y para qué. Aquí ya nadie da un paso sin tentarse la ropa.
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