Cambio de sentido
Carmen Camacho
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Su propio afán
LAS redes sociales tienen una virtualidad inquietante. Permiten medir con cierta precisión (valga el oxímoron) el eco de los artículos. Cuando finalice una investigación en marcha, expondré mis conclusiones sobre qué columnas gustan más en Twitter y cuáles en Facebook. Hay diferencias notables. Ya puedo adelantar que las columnas que no hablan de política gozan de mayor predicamento por todas partes.
Rápido, podrá desenfundar el lector y deducir que lo que no le gusta al respetable 2.0 son mis ideas políticas; y es verdad que suelen estar en franca minoría. Pero también es cierto que muchos de los pocos que piensan como yo tampoco me las jalean demasiado y que, en cambio, hay quien no está de acuerdo, pero me reconoce, caballerosamente, algún análisis correcto. Se trata, más bien, de una cuestión de principio. La gente, con tantísimo comentario electoral o partidista, recibe un artículo frívolo como un soplo de aire fresco. O uno costumbrista como algo fuera de costumbre. O uno cultural como algo de otro mundo.
Tengo comprobado en mis propias letras que un artículo objetivamente peor (por estilo o por originalidad), pero que no hable de política, siempre tendrá más predicamento en internet que el más perspicaz estudio de la actualidad, a no ser de que te pongas a insultar como un desatado, que eso siempre encuentra palmeros.
Usted me preguntará entonces por qué no escribo siempre de pájaros y flores, y alguna glosa de algún libro de vez en cuando. Yo también me lo he preguntado. Y he encontrado dos respuestas complementarias. Una, porque la frescura de los artículos apolíticos (éste, por ejemplo, que hasta ahora no había dicho ni mu de las elecciones catalanas y que volverá a olvidarlas en cuanto cierre el paréntesis), la frescura, digo, está en su carácter excepcional. Si cada día volviese la espalda a lo público, el público no tardaría en volvérmela a mí. Dos artículos apolíticos a la semana es lo más que se puede uno permitir sin salirse del género del columnismo.
Además, quien defiende una visión del mundo que el lector ya conoce, cuando no habla de política, sigue haciéndolo, pero de una forma sutil, llena de sobreentendidos y asentimientos tácitos, sin la impertinencia de la opinión pura y dura sobre las últimas noticias, aunque de una manera más completa y comprensiva. De la política no podemos escapar, aunque intentarlo tiene su encanto, y se comprende.
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