El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
No me parece mal en absoluto la nieta de Ana García Obregón, porque toda vida es sagrada y la niña es inocente de este show o, mejor dicho, de esta feria. En lo concerniente a una nueva vida que ha venido al mundo, estamos de enhorabuena. En cambio, estoy radicalmente en contra de la subrogación como método o medio o proceso para el buen fin.
Cuando digo "radicalmente" no me refiero ni a que vocifere ni a que maldiga ni que a que pierda los nervios. Lo digo etimológicamente: mi desacuerdo arranca de la raíz de una concepción integral de la vida. La dignidad de un niño exige que nazca ecológicamente de una madre y de un padre en la unión íntima de un acto de amor, sin médicos ni congelaciones ni rentables laboratorios ni tratamientos químicos ni embriones desechados de por medio. La dignidad humana conlleva que cada niño sea concebido en su sentido más concreto y encarnado.
Sí, en efecto: es la doctrina católica; y también sé que no tienen ustedes que compartirla como no lo hace quienes critican la maternidad subrogada por razones estrictamente feministas. Éstos, a mi postura, le verán inaceptables fundamentalismos (¡naturalmente!, gracias) como yo a la suya le veo incontables incoherencias. ¿Tiene sentido estar en contra de la maternidad subrogada y defender a rajatabla el aborto, donde la mujer sufre mucho más, y el feto ya ni digamos?
Sin embargo, considero un error empezar a señalarnos unos a otros y no fomentar acuerdos serenos y sinergias activas. Entre otras muchas cosas, es éticamente reprobable, sí, permitir que algunas mujeres necesitadas se ganen un sueldo alquilando sus vientres. Y otras muchas casuísticas que permite la gestación subrogada o la fecundación in vitro chocan frontalmente con el sentido común y se están denunciando transversalmente: padres o madres muy mayores, progenitores póstumos, un halo caprichoso o consumista que se superpone al nacimiento, etc.
Está bien que se discuta todo esto, aunque, cuando no se tiene una antropología sólida y coherente de fondo, cada argumento puede ser rebatido con un contraargumento, como también estamos viendo. Quizá ante tantas consecuencias indeseadas pueda entenderse la necesidad de una teoría completa de la dignidad humana, de la sacralidad del cuerpo y de la trascendencia del sexo. Mientras tanto, yo me sumaré a las denuncias parciales de abusos concretos; y lo que tenga que defender solo, lo defenderé solo.
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