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Una bonita canción de Vetusta Morla se titula Copenhague. Al escucharla, a uno le sigue dando como un pronto indie y alternativo (o sea, otra mascarada). A Copenhague la llaman la ciudad de la felicidad. Se estila allí el hygge, especie de nórdica virtud, donde al parecer se puede ser feliz sin alharacas. Por lo general el nivel pecuniario de los vecinos de La sirenita es alto. Pero el hygge, bien al contrario, fomenta un estilo de vida barato, entre el estoicismo y Mies van der Rohe, que se aplica lo mismo al indumento, la comida, la charla amigable entre semejantes o el paseo contemplativo por barrios surcados por algún lánguido canal. Suponemos que el fluido hygge se nota también en Christiania, barrio autogestionado y comuna hippie o pijipi, como quiera verse (no confundir con la Christiania de la sombría novela de Knut Hamsun, Hambre, trasunto de Oslo y no de la capital danesa).
En Copenhague uno llega a sentirse guapito (o se hace la ilusión de ello). El entorno y el paisanaje ayudan, pues casi todo el mundo, nativo o interétnico, resulta de buen ver y comparte el estilo hygge (el creciente discurso antiinmigración no ha hecho excesiva mella). Puede que a ello contribuya tomar smorrebrod, pan con mantequilla al que se le echa arenque, buey crudo, huevo o marisco, y que se acompaña de cerveza o aguardiente para asegurar la fiesta de la digestión. O puede que el estilo feliz se deba a que Copenhague es hoy por hoy la ciudad por excelencia de la bicicleta.
Casi todo, salvo fornicar (y de momento), parece hacerse en bicicleta. Un chef alternativo ha convertido su bici en restaurante cuqui y ocasional mientras lleva a sus comensales de turismo por la urbe (la bici cargada de comida pesa 100 kilos). Existe incluso una empresa de pompas fúnebres que proporciona traslados de ataúdes en bici hasta el camposanto o el crematorio si es voluntad del finado.
La urbe feliz y cardiosaludable cuenta con casi 600 kilómetros de carriles bici. Hay más velocípedos (745.000) que habitantes (600.000). El 62% de los locales asegura que usa la cabra a pedales dos veces por semana (el triciclo eléctrico es muy usado, sobre todo por familias con camada tope de dos hijos). El consistorio ha invertido casi 250 millones de euros desde 2006 en logística de la bici. Existe además la llamada Embajada Ciclista Danesa, que exporta su idea sobre la vida a pedales al resto del mundo. No sería un desvarío pensar que el Hamlet de Shakespeare pudiera reescribir su tragedia danesa. ¿Y si Noruega invadiera Dinamarca donde más le duele, en bicicleta?
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