La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
LOS motivos biográficos que me ponen a escribir de películas de dibujitos a cada poco son fácilmente imaginables. Esta vez vengo a ponerle un pero a una película española estupenda que se titula Atrapa la bandera, y que a mi hijo le ha gustado muchísimo. Si ya leyese, lo dejaría pasar para no chafarle la ilusión.
La segunda entrega del director Enrique Gato es incluso más emocionante y mejor que la primera, Las aventuras de Tadeo Jones. Pero tiene el mismo defecto: la falta de originalidad o, mejor dicho, de autenticidad. La deuda de Tadeo Jones con Indiana Jones era evidente desde el título al argumento, pasando por el perfil del personaje, su ropa y su humor. ¿No podrían haber intentado algo más propio? Atrapa la bandera tiene calidad, ritmo, gracia, sentimientos, valores... Yo la vería aunque no tuviese la tapadera de mis hijos. O tiraría de sobrinos. O iría solo, si no quedase otro remedio. Si la ven, se divertirán seguro…, y me darán la razón, probablemente. Porque la nueva película de Gato vuelve a incurrir en esa falta de confianza en la propia creatividad que arranca de la falta de arraigo en la propia cultura. No se nota que es española. Es demasiado deudora de nuevo del imaginario y del argumentario norteamericano, lo cual ayudará a venderla allí, sin duda, y aquí, me temo.
Salí del cine, pues, dudoso, pero rodeado. Estaba mi propia diversión; luego, el entusiasmo de mis hijos (y de mi mujer) y, finalmente, el razonamiento cosmopolita y exportable: la película se venderá en todo el mundo. Sin embargo, la obra de arte se les había escapado de las manos.
De mis dudas me ha sacado la magistral La colina de las amapolas (2011) de Gorô Miyazaki. Puede verse en internet, aviso y, sobre todo, aconsejo. Consigue una emoción más pura, más auténtica, más vivida. Desde luego, no son películas equiparables: la historia de Miyazaki es más seria, con mayores pretensiones desde el principio. Pero el secreto está en que es una película profundamente arraigada en la cultura japonesa. No se trata, entiéndanme, de nacionalismo. La colina de las amapolas está ambientada en unos momentos en que la cultura japonesa sufre una severa crisis; pero, quizá por eso, en toda la cinta late una emoción muy honda y temblorosa. Logra una originalidad de dimensiones etimológicas, porque arranca de los orígenes. Si alguien conoce al gran Enrique Gato, ¿podría, por favor, aconsejársela?
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