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Su propio afán
MI amigo Gonzalo Altozano se ha pasado este curso en una de las más inhóspitas urbanizaciones de El Puerto, terminando un libro, que será un éxito, o, al menos, él se lo merece. Ha estado solo, castañeando, tecleando en la desvencijada casa de veraneo de su familia de hace cuarenta años. La casa sigue siendo de su familia, entiéndanme, pero no se ha reformado en cuarenta años. Qué contraste con el ajetreo de Madrid y con su vida de periodista de éxito, y qué contraste, sobre todo, con las calefacciones de la capital. Les pongo en situación para que entiendan el mensaje que me ha mandado y le perdonen el exabrupto: "Veo a las avanzadillas de veraneantes y pienso 'Así cualquiera, cabrones'. ¡Lo que hay que pasar aquí es un invierno!"
Hasta este año él había sido un "así cualquiera", por decirlo fino. Por eso, quizá, se alquiló una moto, a las bravas, en cálido homenaje a su memoria de verano azul. La casa de su madre en agosto tiene que ser estupenda, tan cerca del mar. El resto del año, el océano golpea las ventanas, echando espuma por la boca, y enseña su patita blanca de humedad por debajo de la puerta. Altozano y yo nos hemos visto poco, fieles a la hibernación propia de los indígenas de los lugares de veraneo. Llega septiembre y desaparecemos. Nos veíamos con más frecuencia cuando él vivía en Madrid que este año que ha pasado a diez minutos (¡sí, pero en moto!) de casa.
Al calor del puente, aparecen los pre-veraneantes y los recibe un sol que a Altozano le parecerá de injusticia. De injusticia clamorosa. Y eso que no les ha oído decir aún: "¿Vives aquí todo el año? ¡Qué envidia, chico!" Menos mal que noviembre, diciembre, enero y febrero nos han forjado en el más estricto estoicismo, y podremos sonreírles sin que se nos note nada, apenas.
Con el tiempo, quizá por una variable gaditana del Síndrome de Estocolmo, se te quita ese espíritu reivindicativo y te alegras de corazón cuando ves aparecer las primeras avanzadillas de veraneantes. Y con más tiempo aún, uno acaba cogiéndole el gusto a nuestro invierno, especialmente si las ventanas de tu casa cierran medio bien. No sé cómo llevará su libro Altozano; esperemos, por la gloria de las letras patrias, que casi acabado; pero si lo lleva regular y se tiene que pasar dos años más aquí, al final no escribe el libro, y se queda para siempre. Entre otras cosas, para recibir con los brazos abiertos a los veraneantes.
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