La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
AUNQUE la política andaluza esté al rojo vivo, todo lo cotidiano es mucho y feo. Y hasta yo querría descansar del tema. Ayer, sin embargo, oía en la radio las dolidas declaraciones de Manuel Chaves y el respaldarazo [sic] de Felipe González y escuchaba las glosas y los comentarios de los tertulianos, y me entró el nervio. Se obvia la explicación más obvia.
Chaves achaca al chantaje su marcha. Clama que Podemos y Ciudadanos, emperrándose en pedir su cabeza, nada menos, y la de Griñán, han personalizado con saña una negociación política. E implícitamente denuncia que su partido se ha plegado al chantaje, lo que, según los viejos códigos de honor, es algo más feo aún que proponerlo. Felipe ha mostrado su tristeza enorme, añadiendo que esto con él no hubiese pasado. Los comentaristas están impresionados de verlos tan abatidos (en sus dos acepciones).
Pero cuidado. Tengamos en cuenta la edad -pasada la jubilación- de los dimitidos -a plazos- y su indiscutible responsabilidad política, con independencia de la penal, discutible y discutida. Natural fastidio aparte, pues a todos nos gusta abrir la puerta grande, tan dolorido sentir es pura táctica. Ciudadanos y Podemos, partidos postmodernos, requerían un poderoso signo icónico para seguir negociando: salir al balcón con unas manos chorreantes de sangre de las que pendiesen las cabezas de los viejos líderes. El PSOE les ha dado apenas las cabelleras y mediante pagaré. Se han conformado, pero necesitan un poco de quejumbre, porque, si no, no va a colar. Imaginen a un Chaves sonriente diciendo que se irá (cuando acabe la legislatura) a pasear con sus nietos y a descansar, que ya le toca… Es el ABC de la negociación: hay que vender muy caras las concesiones que a nosotros nos cuestan menos. Y no hacer las otras.
Luego está el pueblo soberano y la naturaleza humana. Hay un fondo en nuestra psicología que se siente reconfortado con la desgracia ajena, y que valorará más el gesto si ve sangre, dolor y lágrimas. Alguien conforme y satisfecho despierta recelos y un sordo rencor. Es algo muy reptiliano, que conviene combatir estando uno contento y mostrándolo, le pese a quien le pese, y alegrándote con todas tus fuerzas de la felicidad ajena. Y también denunciando, como es el caso, cualquier halago elemental a estos instintos. Sobre todo cuando la pose de desgracia y dignidad maltrecha es una sofisticada estrategia negociadora.
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