Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
Cambio de sentido
Si Carlos Herrera va a Abu Dabi a almorzar con el Emérito, no falta quien diga (y miles que repitan) que la izquierda es más de comer con Bildu. Cada vez que un maltratador asesina a sus propios hijos, no tarda en saltar quien recuerda que al niño Gabriel lo mató una mujer. Si digo, pongo por caso, "Queipo de Llano", alguien rechistará con un "pues anda que Mao" y dará en hueso, pues tengo al autor del Libro Rojo como uno de los sanguinarios más grandes de la Historia, lo que no le quita de las espaldas ni un sólo muerto al señor marqués. Hay quien está a favor de la incorrección política o de dar cárcel al insidioso dependiendo del tema que se trate. Incoherencias, absurdos y falacias de esta estofa que, por lo vergonzantes, hasta hace poco apenas se escuchaban más allá de las borracherías más espesas, en la actualidad son el platillo favorito de proselitistas de todo pelo que, a cara vista o embozados, emponzoñan las redes. Pero no son exclusivas de éstos. Las falacias tu quoque se prodigan últimamente en ideologías y temáticas de todo tipo, en foros públicos y en conversaciones de alcoba, en cuñaos y hasta en cráneos privilegiados (estos últimos son los peores; las usan a sabiendas), de modo que pasan ya, prácticamente, por argumento válido. Ahí está el peligro. El veneno no suele residir tanto en el contenido de lo que pensamos como en dar por válidas algunas formas del pensar. El "y tú más", el "peores cosas has hecho tú", el famoso "¿y tú, con esas gafas?" sólo debieran ser recursos para chistes. En cambio, el falso razonamiento nuestro de cada día consiste en algo tan indigno y deshonesto como esconder la vergüenza propia bajo una alfombra ajena.
¡Qué larguita se me está haciendo la llamada batalla cultural, eufemismo barato que sirve para promover por parte del poder actitudes frentistas y polarizadas! Por supuesto que las personas con principios nos posicionamos claramente, de palabra, obra y omisión, en cuestiones de la vida en común que consideramos importantes, sin cerrarnos a matices y al diálogo. Pero lo que nos suelen vender últimamente como debates públicos acaban siendo, en forma y fondo, polémicas falsas, burdas, obtusas y limitantes. Cuando el tu quoque se entrevera con la mentira -o con la descarada negación de la verdad histórica y empírica- es hora de debatir de veras y en exclusiva sólo con quienes respetan las reglas básicas de la razón común y el auténtico diálogo. Y a los burros, paja seca.
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