La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
Los anuncios de la campaña de Maltrato Zero (sic) se merecen una glosa, aunque sin levantar mucho la voz, que las susceptibilidades aquí son finísimas e infinitas. Salen -los habrán visto- unos famosos proclamando, cuando el famoso es chico, que de todas las mujeres que haya en su vida ninguna será menos que él y, cuando es chica la famosa, que de todos los hombres que haya en su vida ninguno será más que ella.
Hay quien se escandaliza por la pasta que se deja el Gobierno en campañas de estas, con lo apretada que está la cosa. Como el problema del maltrato es tan grave, que gasten no lo veo mal, si lo hiciesen bien.
Para empezar, sin faltas de ortografía. ¿Qué es eso de "Maltrato Zero"? Ahora lo guay, como de buen rollito, es escribir a lo bestia. ¿No han caído los promotores de la campaña en que una falta de ortografía es en sí una violencia contra la gramática o, si les molesta que me lo tome tan a la tremenda, una forma simbólica de violencia, o, como mínimo, un mal ejemplo para los escolares? Y hablando de faltas de ortografía, ¿no se le ha ocurrido a nadie que esa Z, a estas alturas, parece publicidad subliminal de nuestro presidente, el autoproclamado adalid del feminismo, que ha hecho de la última letra del abecedario su santo -con perdón- y seña? ¿O se les ha ocurrido, y por eso mismo? Por otro lado, ese comienzo del eslogan: "De todos los hombres que haya en mi vida…" y "De todas las mujeres…" suena a bravata de don Juan, como que uno se va a pasar por la publicidad a medio país. No debo exagerar, vale, pero en los anuncios lo que se sugiere cuenta tanto o más que lo que se dice. Lo indiscutible, en cualquier caso, es el cambio entre "ninguno más que ella" y "ninguna menos que él". El guionista se creará muy sutil, pero se transmite al inerme espectador que en la realidad cotidiana hay mujeres que sí son menos (por eso los famosos declaman satisfechos que para ellos no, no lo serán, oh) y que hay hombres que son más (por eso las famosas ponen tanto énfasis en advertir que ninguno lo será para ellas, cuidadín, que pueden). Lo más sencillo y natural hubiese sido reconocer que mujeres y hombres no somos más ni menos, sino diferentes, con lo que se acabaron de un plumazo las odiosas comparaciones. La diferencia es bella, pero ahora, además, un tabú sexual. Condenados a la dialéctica de las comparaciones, yo hubiese aprovechado las expresiones semi sinónimas del anuncio para marcar un matiz esencial. Nadie es menos que nadie, ni hombres ni mujeres, porque somos iguales en derechos y dignidad, pero a la vez todos somos o deberíamos ser más que todos, porque tenemos unas virtudes específicas que nos individualizan y destacan. Urge conjugar el igualitarismo con la excelencia. Reconocer que alguien es más que uno en muchísimos aspectos es lo que siempre se llamó admiración. Y un ingrediente básico del amor. Por lo menos del mío.
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