La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
OIGO por casualidad una canción de Andrés Calamaro: "Cada vez que toco un poco fondo". Doy un respingo: no porque me extrañe que toque fondo Calamaro, que, con ese nombre, es natural, sino por el "un poco". ¿No hay una profunda contradicción entre tocar fondo y hacerlo un poco? No estará tan hondo ese fondo suyo, deduzco, ni será muy tenebroso, aunque también puede ser que Calamaro lo estuviese pasando realmente mal, el pobre, pero que recalase en una coletilla. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que "un poco" era una expresión recurrente. A pesar de ser una coletilla, se la ponía un poco delante de todo.
A las coletillas no hay que pedirles excesivas explicaciones. Precisamente vienen en nuestra ayuda para que el lenguaje, que se embala, pueda esperar a la razón, que va más lenta, con la lengua fuera. Bien vistas, las coletillas o muletillas son un síntoma de una inteligencia meticulosa que necesita tomarse su tiempo para reflexionar y de un lenguaje galante, dispuesto a concedérselo, caracoleando por la superficie. Es famosa la anécdota de Ramón y Cajal, que en sus clases repetía "¿sí?, ¿sí?". Los estudiantes, en vez de atender a la eminencia y aprovechar la oportunidad, se dedicaban a jugar al bingo. Apostaban a pares o a impares o incluso a un número concreto. El Nobel se enteró y, para sorpresa de sus atónitos alumnos, impartió una lección sin un solo "¿sí?", para rematar justo antes del final: "¡Sí, sí y sí!… Hoy ganan los impares".
A pesar del bingo y de Ramón y Cajal, el "¿sí?" sigue siendo sin duda un clásico de las coletillas. El "un poco", en cambio, pasó de moda. La causa de su decadencia podría ser que se le haya tenido por coletilla menos metafísica que "¿verdad?", o menos nihilista que "¿no?", o menos apocalíptica que "en fin". O será que el lenguaje es un sensor finísimo de la realidad social y psicológica, y que lo que tenemos encima, tanto en lo económico como en lo político, es de una gravedad como para no andarse con rebajas frívolas ni siquiera coloquiales o subconscientes.
En lo económico sobra con mirar alrededor (si se mira al futuro ya se nos nubla la vista). En lo político, basta oír las declaraciones, cada día más subidas de tono, de los dirigentes catalanes. Se ponen del lado de fuera de la ley. La foto de la niña con una camiseta de la selección española y llorando porque su padre había sido zarandeado por los nacionalistas es, además de estremecedora, un símbolo del estado de la nación. Por eso, cuando el Príncipe Felipe declaró que no hay un problema en Cataluña se equivocó un poco. Hoy por hoy, donde sea, hay un problema, y gordo.
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