Cambio de sentido
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Su propio afán
TAL vez cruzó por la mente de los jugadores de la selección francesa de baloncesto un tembloroso recuerdo del famoso deseo de Obama: "Una España fuerte y unida". Era lo que tenían enfrente. Y a alguno más leído, la frase que citábamos aquí el otro día de Von Bismarck: "Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo". A pesar de su superioridad técnica y estratégica (jugaban en casa y fueron por delante tres cuartas partes del partido), España les estaba pasando, finalmente, por encima.
Recordasen los franceses esas frases o no, las sentíamos los millones de entusiasmados espectadores españoles. Se nos advierte a menudo que no se debe mezclar el deporte con la política, pero es una de esas frases de dirección única. Los nacionalistas sí lo mezclan todo, ellos que están tan por separar. En verdad, la política, si es cuanto tiene que ver con la vida comunitaria, ya viene de casa mezclada con los espectáculos deportivos y más si son las selecciones nacionales las que se juegan los cuartos (y nunca mejor dicho lo de los cuartos que en baloncesto).
La semifinal con Francia, pues, no ha podido llegar en mejor momento: ha sido -desde lejos- un triple en la campaña electoral catalana. Tres puntos. Uno, demuestra el potencial bismarckiano que tiene la unión. Dos, pone sobre la cancha la estética del anti-egoísmo: Pau Gasol, un catalán, precisamente, se echó sobre sus hombros el equipo nacional y no paró el partido a medias a reclamar las balanzas fiscales, sino que empujó más y más, poniendo el talento al servicio del grupo y demostrando, de paso, que en eso consiste la nobleza. Y tres, expande una alegría apolítica, que es, paradójicamente, de gran importancia electoral. En todo el procés catalanista hay una sobredosis de argumentos partidistas, de planteamientos jurídicos y de confusas nociones administrativas. Un huracán de aire fresco y sana diversión nos avisa de que hay vida más allá de los nominalismos nacionalistas.
Desde luego que hay motivos más contantes y sonantes, como acaban de poner sobre el tapete los bancos, que advierten de la ruina que acarreará la independencia. Las razones por una España unida no hubiesen cambiado un ápice si perdemos la semifinal. Pero ganarla ha venido de miedo.
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