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A la vera del cementerio que se construyó en San José, en el siglo XVIII, fue creciendo un barrio, que estaba en las afueras, extramuros de la ciudad. Tierras de huertanos, que fueron feligreses de una de las mejores iglesias neoclásicas del Cádiz ilustrado: el templo que construyeron allí los dos arquitectos llamados Torcuato: Cayón y Benjumeda. Entre la iglesia y el cementerio había un paseo arbolado, por el que muchos gaditanos y gaditanas paseaban para visitar a sus difuntos. A lo largo del siglo XIX y parte del XX, fueron creciendo las huertas, y después los chalés. Y también crecieron calles evocadoras, de casitas bajas, a uno y otro lado de la avenida, que era la única avenida de Cádiz, la que heredamos de los romanos.
Avanzado el siglo XX, en los años de posguerra, San José aún era un barrio con personalidad propia. Calle San Bartolomé, que parecía trasplantada de un pueblecito. Avenida de Portugal, con el freidor La Oriental, y el bar frecuentado por carnavaleros y aficionados cadistas. Cine Imperial, en el que se pudo ver La naranja mecánica de Stanley Kubrick, entre otras películas que nadie diría que proyectaron allí. Los chalés cayeron, hasta que apenas quedaron los últimos vestigios. Entre los colegios de San Felipe Neri y los Salesianos se escribía la historia de un barrio, que no era Cádiz, propiamente dicho, pero era tan gaditano como otros.
Y la Borriquita. Desde los años de la posguerra, la estampa sepia y arrugada de aquellos Domingos de Ramos. Cádiz se echaba a la calle para ver a Jesús de la Paz y la Virgen del Amparo. Venían por la Avenida (entonces de López Pinto), bajo los cables de los tranvías y los trolebuses, a hombros de cargadores profesionales, algunos escuálidos y casi famélicos, avanzando poco a poco, hacia las Puertas de Tierra. Niños penitentes con sus palmas, que se acercaban al centro, como en una peregrinación sagrada.
Y, de repente, tres décadas después, ha vuelto. Al lado de la estatua ecuestre del general San Martín (que es como un vecino más del barrio) hay un rótulo donde se lee: Jesús de la Paz. Su calle, que se le había quedado tan lejos; como si esperara que volviera algún día, después de haberse ido al barrio del Mentidero. Otra vez ese rótulo recupera todo su significado. Jesús de la Paz regresa allí, con su gente de antes.
Quedará la nostalgia de otro tiempo en la Alameda. Quedará el recuerdo de mañanas de palmas y olivos por la calle Vea Murguía. Quedarán cicatrices en los pensamientos. Pero San José vuelve a ser su barrio. Aquel barrio que creció en una ciudad diferente.
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