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Su propio afán
Comentando la reciente ley de Alabama, que prohíbe en la práctica el aborto voluntario, el perspicaz Carlos Esteban, tras explicar su importancia para la batalla por la vida, concluía advirtiéndonos que esta lucha será ardua porque los abortistas pondrán toda la carne en el asador. "El aborto no es una medida más de la Cultura de la Muerte: es su eje, su núcleo, su tesoro más preciado; como decían las Femen que asaltaron el Congreso español, es su 'sacramento'".
Es clave comprender esa trascendencia invertida. El aborto es mucho más que un método anticonceptivo que asegura la permisividad sexual postmoderna, como dicen algunos. Es eso, sí, pero hay otros métodos, o los habría, si se usaran. En realidad, los intereses en mantener y extender el aborto son otros.
Pruebas hay muchas. El grado de virulencia, con amenazas de muerte, amputaciones o deseos de violación, que los abortistas exhiben ante cualquier tímida declaración provida. Se ha visto en Estados Unidos y lo estamos viendo con Ortega Smith. Otra prueba: la descompensación presupuestaria entre el dinero público que se destina a financiar abortos y el que se emplea en ayudas a la maternidad. El aborto absorbe diez veces: un posicionamiento del sistema contante y sonante.
Pero quizá la prueba más palpable sea la confesión de parte, esto es, aquellos que declaran solemnemente que "el aborto es sagrado". No mienten: si no, ¿sería racional cerrarse en banda a cualquier propuesta de solución? El aborto se eleva dogma y se condena como hereje a quien se atreva a rebatirlo. Los que ven en la Semana Santa una reminiscencia del culto a la primavera o en la Navidad una adaptación del culto pagano al sol no se extrañarán porque yo vislumbre en esta sacralidad expresa del aborto, proclamada por las Femen y demás sacerdotisas, una vuelta del culto a Moloch. Yo sí las creo.
Porque el aborto es el sacrificio que consagra la subversión contra la naturaleza (sobre todo contra la excelsa de la madre), el éxtasis de la soberanía del ser humano sobre el derecho natural y la apoteosis del individualismo ante cualquier solidaridad comunitaria e incluso de pareja, porque la decisión de librarse de un tercero se deja en manos de una sola persona, sin que nadie pueda osar defender esa víctima, ni su padre. Contra el aborto no bastará explicar que cada embrión es una vida (como la ciencia constata). Hay que saber cuánto hay detrás.
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