Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
LAS señoras de las que me siento cerca en la playa, y que bajan cada mañana habiéndome ¡asombrosamente! leído, me van a arrear de lo lindo por este artículo. Lo sé. Estoy pensando no ir hoy a la playa o meter entre líneas cualquier crítica al alcalde para hacerme perdonar. Pero hoy no toca. Arrostraré el peligro. No me rieron la gracia de un título parecido dedicado a Teresa Rodríguez, y eso que aquella columna llevaba al menos alguna leve voluta de ironía. Ésta, que es franca y sin resquicios, uf. Pero uno no se debe a sus lectores, sino que les debe su opinión sopesada y honesta. Es cierto que ya felicité por Twitter a José María González Santos por la compra y posterior uso de su traje de chaqueta y su corbata. Pero le había tirado de la oreja (o de la argolla de la oreja, si prefieren) desde el papel de esta tribuna del Diario. Quedaría feo escaquear ahora el elogio o darle menos fuste que a la crítica.
Y además la compra del alcalde tiene una importancia capital. O dejémoslo en capitel y, por eso, exige su columna. A algunos les parece frívolo que demos trascendencia a la ropa. "Frío, frío", replicaría yo. Otra cosa sería ponernos a comentar cómo le cae el traje a Kichi, si el corte, si el color o si el nudo de la corbata. Eso sí son minucias en las que no entro porque no quiero ni sé ni puedo dar ejemplo de cómo me caen a mí las cosas. Pero el cuidado de las formas públicas tiene una significación política. Y la capacidad de rectificar sobre la marcha de todo un Sr. Alcalde, amparado y aclamado por sus forofos, la tiene moral. Como suena: moral.
Sobre todo si pensamos en los referentes ideológicos más o menos cercanos de José María González. Ni Chaves se quitaba el chándal ni Maduro se lo quita. José Múgica viste a su aire. Alexis Tsipras (al que José María González escribe cartas) no ha consentido en echarse al cuello la corbata. Ha cedido antes en lo de la soga al cuello (según él mismo) del pueblo griego. Y Pablo Iglesias también muestra sus resistencias y, si se pone la corbata, lo hace exagerando la nota de la informalidad, para dejar claro que él es diferente, muy diferente. Teniendo un puesto comparativamente más pequeño, el alcalde de Cádiz ha sido capaz de ser más grande y bajarse de la burra a las primeras de cambio. Ha pensado que tampoco él se debe a sus electores, sino que les debe a todos los gaditanos un alcalde en su sitio. Lo dicho: bien.
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