Enrique / García-Máiquez

¡Bien, Teresa, bien!

Su propio afán

21 de julio 2015 - 01:00

TERESA Rodríguez ha renunciado al glamuroso Audi oficial, dicen los medios y las redes; aunque el coche, en realidad, correspondía a Juan Ignacio Moreno de Acevedo y Yagüe como vicepresidente 3º de la mesa del parlamento por Podemos. Yo me apresuro a aplaudirle el gesto a Teresa. Supongo que, en los años venideros, la voy a criticar bastante. Así que no quiero desperdiciar una oportunidad de demostrar que lo valiente no quita lo cortés: ¡bien, Teresa, bien! Son gestos necesarios para dignificar la política y que, además, dejan a los demás partidos y sus lujos ¡hasta para vicepresidentes terceros! en evidencia.

Dicho lo cual, y como un aplauso (aunque sea mantenido) no llena una columna, añadiré dos notas, que no pretenden rebajar mi elogio. Primero, me parece muy curioso el mayor eco mediático que tiene la renuncia de Teresa a su A6 (o al de Moreno de Acevedo) que la de Juan Marín al suyo (o al de su hombre en la mesa). Desde luego, Teresa es más fotogénica que Juan, sin duda, pero ni ella ni yo permitiríamos tan superficial criterio. La diferencia será, más bien, por la pulsión izquierdista de España en general y de los medios y redes en particular. Qué bonito si alguien tan partidario de la igualdad (y de la fraternidad) como Teresa Rodríguez respondiese a cada parabién: "Y Juan Marín ha hecho igual, eh".

Después, tampoco me ha entusiasmado el argumento que ella nos ha ofrecido en Twitter: "Si no tenía un coche así siendo profesora, no lo voy a tener siendo diputada andaluza". La meta de una política, y más si es utópica, debería ser igualarnos a todos por arriba. "Hasta que no consiga que todos los profesores tengan un coche así o puedan permitírselo, no lo tendré yo (ni Moreno de Acevedo)", parece lo mismo, pero no lo es. Como yo soy profesor, alguno pensará que tengo un interés particular, y la verdad es que el cochazo me gusta, pero no es eso. Se trata del matiz: poner el listón de la igualdad por lo bajo puede llevarnos a unos estándares soviéticos. Audis aparte, la comparación habría ganado en ambición social si hubiese renunciado al coche mientras falten recursos en los colegios, saliéndose del ombligo de los sueldos de cada cual.

Hay una sana demagogia que da picante a la democracia y que, ya puestos, conviene practicar con perfección. Con ligeros detalles a pulir, Teresa Rodríguez lo ha hecho bien esta vez. ¡Ah, y Juan Marín! (Y Moreno de Acevedo).

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