La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
De poco un todo
LA hija de unos amigos murió. Blanca Rivero Pérez-Barbadillo tenía cinco años y desde el parto había estado muy malita. Durante este tiempo, sus padres, sus familiares y sus amigos más íntimos se han desvivido por cuidarla. Gracias a eso, y de ningún modo a pesar de ello, su corta vida ha dejado una huella hondísima en todos los que, de una manera u otra, hemos pasado cerca.
En el cristianismo, desde la fe, se comprende mucho mejor la sacralidad de cada vida, como resulta evidente. Justo hoy canonizan a san Juan Pablo II, que fue un incansable defensor de la dignidad del ser humano, sin importar sus circunstancias. Los padres de Blanca, católicos de la generación Wojtyla, y, por lo tanto, sin miedos ni medias tintas, lo tuvieron y lo tienen claro y han vivido todos estos años y estos últimos momentos desde la fortaleza de la fe. En la homilía, el padre Felipe consiguió trazar una cruz que iba de la pena hacia la alegría, de la memoria a la esperanza. Yo no voy a repetir, porque no es el momento ni podría hacerlo igual de bien, aquellas palabras. Además, Blanquita nos dejó otras enseñanzas que no requieren de la creencia compartida y que pueden traerse mejor a una columna de opinión de un periódico.
Transitan normalmente por aquí políticos de mucho mando en plaza, economistas, sonorosos nombres de la cultura, deportistas de relumbrón; y es lógico porque lo mediático se retroalimenta incansablemente, como una pescadilla que se muerde la cola, y así crece. Hay gente, en cambio, que parece que no tiene interés general.
Es una apreciación muy falsa. El mayor interés de todos es subrayar que no hay vida, por pequeña que sea, sin un valor inmenso. Y eso nadie nos la ha explicado mejor que Blanquita, que dependía del amor de sus padres, y que apenas podía devolverles un agradecimiento desvalido y puro. Una vez aquí, tendremos que tratar de hacer muchas cosas y de cumplir con la trayectoria que buenamente nos toque, ya puestos; pero lo esencial es ser queridos. Nacemos para eso.
La persona que es querida provoca a su alrededor una multiplicación de bondad y de sentido que crece exponencialmente y nos mejora. No hay actividad más noble. Nada tiene más trascendencia que ser receptores de amor, que es algo que podemos ser todos, que somos todos. Blanca nos lo ha dejado dicho; y hecho; y vemos que su vida, tan corta, ha sido una estela de luz y una lección inolvidable.
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