Enrique Gª-Máiquez

Bolas de marfil

Su propio afán

El heroísmo del trabajo bien hecho y constante está muy necesitado de reconocimiento y homenaje

21 de diciembre 2018 - 01:36

Ruth Davidson, líder de los conservadores escoceses, ha tenido un momento de gloria viral cuando ha dicho de Theresa May que «the Prime Minister has cojones of steel». Se siente cierto orgullo hispánico cuando hasta los británicos, para hacer una metáfora del coraje y el esfuerzo, usan una palabra española, aunque sea «cojones». Lo de que sean de acero, duros y fríos, me parece otro acierto metafórico.

Pero yo he venido aquí a hablar de un libro para niños; y no de la primera ministra inglesa y de su fisiología moral. Resulta que se acaba de publicar El taxidermista, el duque y el elefante de Ximena Maier, texto e ilustraciones, en la editorial Nido de Ratones.

La historia va de un descomunal elefante africano que el duque de Alba cazó (con perdón) en Sudán en 1913. Donó su piel al nuevo Museo de Ciencias Naturales y llegó a las manos del taxidermista de la institución, Luis Benedito, que pidió permiso para empezar a trabajar inmediatamente. Le fue denegado; y ahí empieza la verdadera aventura a través de la selva de la burocracia y en la sabana de la sequía presupuestaria. Como Benedito no había visto jamás un elefante, pidió permiso para ir a Londres, pero le fue denegado: no había tiempo ni dinero. Tuvo que conformarse con ver una elefante hembra. Trabajó con láminas, fotos y grabados para hacerse una idea. Fue una labor complejísima. Sólo en 1930, diecisiete años después, terminó el trabajo. Nótese que la Guerra de Troya, ¡con lo que se ha hablado de ella!, duró diez años.

Ahora bien, como Luis Benedito jamás pudo ver un elefante macho, ignoraba que tienen los testículos en el interior, y se los puso por fuera, como si fuese el caballo de Espartero o el toro de Osborne. Es un error que trae inmediatamente a la memoria a Theresa May y viceversa, pero que no sólo hace gracia. También emociona. Porque esas bolas de acero o de marfil, en este caso, funcionan como la firma, redondeada, de Benedito, como un garabato inclinado de la B de su nombre.

Como otra metáfora o, mejor dicho, como una hipálage. Quien los tuvo de marfil, valiosos y exóticos, fue Benedito, que trabajó lo que no estaba en los escritos… y nos ha escrito y nos ha dibujado Ximena Maier con la gracia de la casa. Es un homenaje imprescindible, ahora que tan distraídos andamos con la política y sus follones, al trabajo callado, persistente, vocacional y -también hay que reconocerlo- muy imaginativo.

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