Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Su propio afán
BOLINAGA pidió asistencia psicológica para afrontar la muerte. Nos lo cuenta Gregorio Luri, y añade: "Sin más palabras". Con un silencio tan preñado de sentido o más, Ortega Lara, al que torturó Bolinaga, ha declarado: "Descanse en paz; punto y final". No se puede desear nada a nadie con más nobleza.
El contraste entre la demanda de ayuda para la propia muerte y la indiferencia ante las causadas y la falta de arrepentimiento haría inútil cualquier intento de confortar a ese alma retorcida por la insensibilidad y el miedo, supongo. Por cierto, siempre me pregunto qué tipo de asistencia psicológica es ésa, tan mentada. Será como recibir asistencia política para cualquier problema social. Vale, bien, pero dependerá mucho después del político que te asista, ¿no? La ayuda psicológica ante la muerte cambiará si el psicólogo de servicio es nihilista, cristiano, cínico, musulmán o cree en la reencarnación. Las habrá para todos los gustos, aunque se habla de una, en general, como siguiendo un protocolo aséptico, que, si es así, tiene que asistir muy poco.
Yo, de ayuda, escogería a Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre. Tiene una manera de encarar la muerte que es a la vez cristiana y señorial, muy española, y melancólica y esperanzada, delicada y poderosa. Ediciones Cálamo acaba de publicar una hermosa edición ilustrada, que da a cada sextina su sitio, una página. Jesús Herrero Marcos demuestra, con sus simbólicas ilustraciones, que estamos ante una obra tan actual como clásica. San Juan de la Cruz prefirió, en cambio, que en el trance le leyesen el Cantar de los Cantares, un poema de amor; pero es que el santo jugaba en otra división.
Y eso, tal vez, es lo único que se puede objetar a Jorge Manrique: su fe excesiva en el poder igualatorio de la muerte. Habló de los ríos pequeños, medianos y grandes, idénticos cuando dan a la mar. Aquella imagen, junto a un estudio minucioso de la biografía del poeta, sirvió a Patricio Pemán para concluir que las Coplas se escribieron en la provincia de Cádiz, durante un destierro, único lapso de paz de que dispuso Manrique entre la muerte de su padre y la suya. El río pequeño sería el San Pedro; el mediano, el Guadalete y el grande, el Guadalquivir. Eran otros tiempos y los ríos corrían limpios. Hoy no todos son iguales: algunos desembocan en el mar, que es el morir, muy contaminados, a pesar de la asistencia psicológica.
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