La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
EN su ensayo Cultura-mundo, Gilles Lipovetsky y Jean Serroy constatan entre ambos, no sé si con gran esfuerzo, que el exceso de información es una característica de la vida actual. De ahí deducen que padecemos una bulimia de datos, lo cual ya es más discutible. En general, en nuestra sociedad, en vez de la bulimia, se extiende la anorexia, más letal. Asombra la cantidad de información que se deja pasar de largo.
Los que aún tienen mala conciencia se excusan diciendo que para qué tanta avalancha de malas noticias, que con la información deportiva van que chutan. Pero conocer el mundo que nos rodea, aunque suele resultar duro, es bueno siempre. Y encima, más noticias de las que parecen son, en contra de las primeras impresiones, positivas en realidad.
Las actas de ETA que recogen las declaraciones de los emisarios del Gobierno durante la negociación son un caso paradigmático. Ya se sabe que los terroristas toman nota de todo y, por eso, con la repugnancia que nos producen, hay que tenerlas en cuenta, sobre todo cuando lo documentado casa con los hechos y los explica.
Según consta allí, los emisarios gubernamentales se excusaron de ciertas detenciones y de la lentitud en el cumplimiento de sus compromisos porque los jueces eran ingobernables, la Policía otro tanto, la oposición tenaz, la prensa vigilante y las asociaciones de víctimas inesperadamente batalladoras y capaces de convocar inmensas manifestaciones. Con independencia de la responsabilidad de los implicados, que es la parte repugnante del asunto y que al menos en parte está en manos de los juzgados (caso Faisán), hay mucho de lo que un ciudadano español puede felicitarse.
La división de poderes funcionó, y el poder judicial, a pesar de las presiones, hizo su trabajo. La Policía, aun estando sometida a las órdenes del Gobierno, tampoco se dejó anular. La oposición venció esa vez sus tentaciones de dejarse ir y de verlas venir. La prensa actuó como un auténtico cuarto poder, y la sociedad civil, liderada por las asociaciones de víctimas, fue activa y eficaz. Sopesando todo, debemos celebrar que las instituciones democráticas en sentido amplio funcionaran en algo tan fundamental y frenasen una negociación indigna y estúpida con una banda terrorista.
A menudo el pesimismo político esconde mucha pereza cívica. Repitiendo el mantrade que todo está fatal nos excusamos del esfuerzo de informarnos, de la necesidad de juzgar los hechos y, sobre todo, del deber de comprometernos para mejorar la situación. Lo que ahora empezamos a conocer es muy grave, sí, pero, en el fondo, bien vistas las cosas, son buenas noticias.
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