Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Envío
LA idea política que no conduzca hacia catástrofes nunca es popular". No me agradezcan tan oportuno escolio porque no es mío, sino del infalible Nicolás Gómez Dávila, pensador colombiano curado de todo espanto, no sé si por filósofo o por hispano.
¿Llegarán estas líneas a su destino, que son sus ojos, lector? Porque sabrá que hoy unos cuantos señores muy preocupados por usted y por mí, pero más aún por su oligopolio económico-sindical, han decidido echarse a trabajar un día para ver si consiguen de una vez que nadie pueda hacerlo nunca, como concienzudamente se han empeñado en estos años pasados. Sumisamente, como se espera de nosotros, aguardaremos a que escampe, y a otra cosa.
La otra cosa sólo puede ser ya consecuencia del vómito de las urnas la noche del pasado domingo, el día en que se dieron cita todos los demonios familiares de Andalucía para conducirla al callejón sin salida en que la han colocado: el partido de la corrupción infinita, el paro insondable, el inmovilismo y la ruina total sostenido en el poder por la extrema izquierda más doctrinaria y radical de Europa. Y al mismo tiempo que escribo esto, manifiesto mi respeto y hasta admiración por los cientos de miles de afiliados y votantes de esas ideologías perniciosas y caducas, que son capaces de seguir creyendo sin desmayo, década tras década, voto tras voto, en la receta de los maestros Ciruela, rindiendo homenaje al abuelo que se dejó los riñones en el olivar y sacrificando el futuro de sus hijos a los mitos proletarios de la Andalucía irredenta. Me descubro ante ellos, rojos sin razones, complejos ni pudor, y me acuerdo más bien de los 400.000 votantes andaluces del PP en noviembre, de los 170.000 de las elecciones de 2008 que en esta ocasión prefirieron quedarse en su casa como si la cosa no fuera con ellos.
Tremenda papeleta la de la derecha andaluza, que no convence ni a los suyos en el momento más decisivo. ¿Los suyos? Esa es la clave del fracaso. El PP ha hecho todo lo posible para derrotar al PSOE, y lo ha conseguido sencillamente porque gobierna mejor en toda circunstancia y roba mucho menos. Pero en Andalucía, además de derrotar al PSOE hay que dar la batalla a la izquierda, a sus mitos y su cultura, en definitiva, a la visión socialista del mundo, y eso no se hace sólo denunciando el mal gobierno y la corrupción sino tomándose en serio el debate de las ideas por el que el PP andaluz siempre ha mostrado alergia. Regreso a Gómez Dávila: "No soy un intelectual moderno inconforme, sino un campesino medieval indignado". Exacto.
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