Crónica personal
Pilar Cernuda
Trampa, no linchamiento
Su propio afán
EL último grito es… de dolor. Abundan los que no pueden más de campañas. Y abundan tanto que Núñez Feijóo, experto en tendencias, ha pedido que se acorten a una semana. Es un síntoma de nuestra época: ¡qué poquísimo aguante! Nos aburrimos de todo, hechos a las diversiones constantes pero no constantes.
Una atención fija, obsesa, como si nos hubiesen puesto en los ojos esos aparatos de La naranja mecánica que te los mantienen abiertos, sería horrible, claro. Pero durante la campaña es fácil mirar a otro lado. Seguimos yendo al trabajo, recogemos a los niños del colegio, leemos novelas… Incluso los periódicos traen más noticias generales que sobre la campaña política. Los carteles en las calles enseguida se vuelven invisibles. Tampoco es para tanto.
Y pintan las calles, maquean la ciudad y no ponen, tal vez, tantas multas. Y hay algo embriagador en esta piñata de promesas, adulaciones y guiños. Cabría un partido que presentase un programa en blanco y se dedicase a recoger las ideas positivas de los contrarios y a hacerlas suyas. A veces da la impresión de que, por venir de otros, se minusvaloran proyectos de interés, y viceversa. Podría llamarse el partido Tutti Frutti. Ver tantos propósitos estupendos para la ciudad de uno y su comarca es una novedad que alegra el ánimo. Todo el mundo es bueno, estos días.
La campaña se remata con las elecciones. Vivimos en una sobredosis de sondeos: encuestas para arriba, encuestas para abajo y trackings, encima. Así que el recuento de las papeletas tiene una dimensión curativa. Si hay algo que deja en evidencia a la demoscopia, es la votación. Y teniendo en cuenta que las encuestas se utilizan para teledirigir al electorado, para cambiar agendas políticas y para condicionar discursos ideológicos, que las elecciones las pongan en su sitio resulta de primera necesidad.
El cansancio de este año, sin embargo, es comprensible porque las campañas se nos solapan, de modo que el 25 seguiremos campañeando para las generales o quizá para las neo-andaluzas. Y eso lo distorsiona todo. Uniendo, pues, por un lado, las múltiples ventajas que ofrecen las campañas y, por otro, la sobreabundancia de este curso, podríamos proponernos hacer una al año, cada mayo, escalonando elecciones locales, autonómicas, nacionales y europeas; y vuelta a empezar. Ya sé que es una propuesta tan utópica como el partido Tutti Frutti, aunque ésta la hago en serio.
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