La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Son 18 kilómetros de una corriente de agua de mar que comunica las aguas libres del Océano con las de la Bahía. Con muchos afluentes: Zurraque, Iro, Carrajlilla, Carrascón, Pan de mis hijos, etc… Caños que van inundando y dejando al soleo y al aire, con una rutina constante cada seis horas los suelos fangosos, formando una de las marismas más ricas en biodiversidad del Sur de Europa y que forman el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Aún estando atravesada por dos carreteras nacionales y tener dentro los asentamientos de San Fernando, Chiclana y Puerto Real y a pesar de estar su destino natural suavemente reformado por la mano del hombre instalando dentro de ellas infinidad de salinas y esteros.
El caño de Sancti-Petri delimita los términos de San Fernando, Chiclana y Puerto Real al mismo tiempo que separa el continente del tómbolo arenoso donde se asientan Cádiz y San Fernando.
Esta red de caños sirvió durante siglos como red de comunicación entre Cádiz, San Fernando y Chiclana. Frasquita Larrea, la primera romántica gaditana, escribía en 1810: "Como desde la altura de Santa Ana o de la Soledad atisbaba las velas de los botes, que parecían correr sobre la marisma, procurando adivinar cuál era el que traía al que debía de ser el compañero de mi vida". Con ocasión de los fuertes vientos del Norte o de Levante a veces se producían grandes temporales en la zona cercana a la Isla del Vicario, llegando a ocasionar incluso naufragios.
El puente Suazo tuvo hasta principios del siglo XX el tramo central levadizo para permitir el paso de los palos de las embarcaciones con destino a la Bahía.
Durante el saqueo de Cádiz en 1596, la flota inglesa consiguió cercar a la española en el fondo de saco de la bahía, junto a la Carraca, y para evitar que los ingleses no se hicieran con nuestras naves se mandó incendiar las de más envergadura y las más pequeñas llegaron al Océano a través del Caño de Sancti-Petri.
Los caños no solo servían para llevar el agua salada y limpia a las salinas, sino que resultaban imprescindibles para sacar el producto una vez obtenido, pues era imposible sacar la sal por tierra. Esta operación se hacia con unas embarcaciones llamadas "candrays" que transportaban el producto desde los saleros (suelo compacto sobre el que se situaban las pirámides de sal que se sitúan junto a un caño), hasta los barcos mayores anclados en la bahía. El "Candray" es una embarcación con dos proas y muy poco calado, casi plana, la eslora máxima podía tener de 17 a 18 mts y de manga hasta 5 mts, el puntal tiene sobre un metro, su movilidad se la daba una gran vela latina.
Las salinas según su fácil acceso por estos caños se llamaban de toda, de media o de poca agua (zumajo). Esto significaba que se podía entrar hasta el salero con los candrays y con cualquier marea; mareas medias o mareas de muy alto coeficiente.
Hoy día son varios los puentes que impiden a las embarcaciones a vela utilizar el caño para llegar a la bahía y viceversa. Sería un atractivo más de éste Parque Natural tenerlo dragado y balizado para su uso por ciertas embarcaciones a motor.
Lo más maravilloso de este caño es su desembocadura hacia el Océano, entre el poblado de Sancti Petri y el Castillo, lugar fascinante que posee en sus entrañas los sillares y los tesoros del Templo de Melkart y escondida entre farallones más de 3000 años de historia como lo demuestran los hallazgos arqueológicos que alguna que otra marea nos enseña. El entorno es tan mágico que nos permite, desarrollando un poco de fantasía, contemplar al atardecer a las gaditanas bailándole por alegrías al Dios Sol mientras se sumerge en el mar.
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