Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
de todo un poco
ESCRIBO todos los Miércoles de Ceniza, lógicamente. Este año mi artículo penitencial saldrá solo. La renuncia de Benedicto XVI, justo antes de la Cuaresma, nos ha puesto de golpe con el estado de ánimo apropiado para este tiempo litúrgico, lo cual no puede extrañarnos en un Papa que siempre nos ha exhortado a guardar y admirar la liturgia.
Se precipitan los análisis, que escucho boquiabierto y mareado. Cuánto vaticanista y vaticanólogo vaticanófilo o vaticanófobo blandiendo vastos vaticinios variados. Atiendo con un intenso interés y acabo con una densa decepción. Primero, porque yo no dudo de las palabras del Santo Padre: renuncia porque "ya no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino", tal y como había avisado en el libro-entrevista La luz del mundo (2010). Darle demasiadas vueltas marea. Y también porque tengo el ejemplo de Dante Alighieri para no juzgar a la ligera. La renuncia de Celestino V le sentó fatal. El poeta había puesto grandes esperanzas en el bondadoso Pietro Angeleri di Murrone. Pero el nuevo Papa, sintiéndose anciano e incapaz de dirigir la Iglesia, renunció, dando pie a que llegara a la sede de Pedro Bonifacio VIII, enemigo de la facción política del florentino. Por ello, Dante situó a Celestino V en el Infierno y se refirió a él como el "che fece per viltade il gran rifiuto", o sea, "el que por cobardía hizo la gran renuncia". Sin embargo, enseguida, en 1313, la Iglesia canonizaba a san Celestino. Dante, el gran poeta católico de todos los tiempos, había quedado como la chata. No me quiero ni imaginar cómo quedarán nuestros vaticanistas.
Pero tengo otro motivo menos histórico-literario, más personal y vergonzante para dejarme de arabescos analíticos. Me duele darme cuenta de que durante todos estos años tendría que haber rezado mucho más por el Santo Padre. Todavía me quedan más de quince días para darle todo mi apoyo moral en estos momentos delicados y para orar por la Iglesia y por el próximo Papa. Esta cuaresma la oración va a caer por su propio peso y por la fuerza de las circunstancias.
Aun así, será una cuaresma que acabe, como todas, en la felicidad pascual. En este caso intensificada por la alegría de un nuevo Santo Padre; y por saber que nuestro Joseph Ratzinger sigue con nosotros, dando ejemplo de oración intensa y estudio hondo.
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