Con la venia
Fernando Santiago
Pelotas y chivatos
Su propio afán
TRAS mi artículo sobre el aniversario de mi antiguo colegio, toca la cuestión de lo caros que son los privados. Ayer no me pareció bonito dedicar, en un texto celebratorio, espacio a lo más triste y, no obstante, circunstancial. En principio, que los colegios privados sean caros no gusta a nadie.
Ni a los padres que tienen que hacer bastantes sacrificios y virguerías presupuestarias para llevar allí a sus hijos (aspecto este que desde fuera se olvida, imaginando que todos esos padres están en el taco, como si hubiese tantísimos tacos en la provincia); ni a los colegios, que preferirían no tener problemas de demanda; ni a los alumnos, que cargan desde muy pronto con un peso añadido de responsabilidad. Tampoco nos tendría que gustar a los que somos profesores de la pública, porque condena a nuestros centros (que tienen sus indiscutibles excelencias) a cierta consideración general (aunque vergonzante) de productos de segunda (que no son). El mercado nos ha acostumbrado a que el precio sea el indicador de valor. Pero, sobre todo, no debería gustar a nadie porque es una injusticia clamorosa.
Impone un doble esfuerzo a las familias que, ejerciendo su derecho constitucional a la libertad de enseñanza y por ejercerlo, llevan a sus hijos a un privado. No se les desgrava nada de sus impuestos, aunque un buen tanto por ciento de ellos vaya a financiar una educación que no usan. Y luego tienen que pagar su colegio. Por lo menos, el IVA no se les cobra, y algo es algo. Lo ideal sería un cheque escolar a cada familia por el importe de una escolarización pública que aplicarían al colegio de su elección. Así todos los padres podrían escoger con la libertad formal que ya tienen, y también con la real.
"Si quieren un colegio privado, que lo paguen", es la respuesta automática. Que olvida a aquellas familias que preferirían un colegio privado, pero no pueden pagarlo. O sea, que los grandes perjudicados no son los ricos, como se pretende, sino lo contrario, como suele suceder. Incluso se beneficia de un modo indirecto y, en principio, involuntario a los que sí pueden pagarlo, porque favorece grupos de amigos del colegio -las amistades más duraderas- que comparten ciertas solvencias, oportunidades, etc. Se deducen fácilmente las ventajas que ello implica e implicará. El cheque escolar no sólo sería lo más justo desde un punto de vista fiscal, sino socialmente lo más revolucionario.
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