Crónica personal
Pilar Cernuda
Trampa, no linchamiento
Su propio afán
LA exposición de La Caixa "Érase una vez… ¡el habla!", en la plaza de San Antonio, de Cádiz, deviene imprescindible para entender lo que acontece al otro lado: en las casetas del parque González Hontoria de Jerez de la Frontera. En cómodos pasos te explica la complejidad que sostiene la comunicación humana. Gracias a nuestro poderoso cerebro (poderoso, aunque nos luzca poco), específicamente al área de Broca y a la de Wermicke, y con la inestimable ayuda del gen FOXP2, somos capaces de entender y hacernos entender en las condiciones más extremas.
Más extremas que las de la feria de Jerez, pocas. Al principio se puede hablar algo, forzando las cuerdas vocales. Pero las cuerdas de la guitarra, cuando hacen su aparición estelar, se imponen. Con la música y el baile, la comunicación se encuentra ante un reto insuperable. Entonces, FOXP2 entra en acción.
Con una inteligencia intensa, aunque instintiva, entablamos conversaciones a sordas. No oímos, pero no nos rendimos. Tú dices algo, que el otro no escucha de ninguna manera, pero sonríe, ríe, te da dos palmadas en la espalda y te echa la mano sobre el hombro. Cuando le toca, gesticula y habla para nadie, pero provocando en ti las mismas reacciones empáticas. ¿Cómo se logra ese prodigio? Por un acuerdo tácito: todo lo que decimos en la feria será agradable ("¡qué alegría de verte!, ¿cómo estás?, te veo rey, tenemos que quedar más tranquilos…"), esto es, expresiones a las que siempre se puede replicar con una sonrisa y una colleja amorosa en el cogote.
Viví la excepción que confirma la regla. Hace unos años, en la caseta de un instituto, una alumna se abrazó entre lágrimas a su profesora favorita. Ésta, suponiendo un ataque de sentimentalidad, le contestó con un "qué maravilla, cómo me alegro, ¡a disfrutarlo!", con tan mala suerte que, en un descanso momentáneo de la música, la alumna lo oyó. Y lo que le había dicho era que la acaban de llamar para decirle que su abuelo había muerto. Se molestó bastante con la profesora, y aunque yo traté de explicarle los arcanos de la comunicación ferial, no volvió a mirarla con los mismos ojos.
Excepciones aparte, la comunicación fluye a la perfección. Para un espíritu chato, puede parecer una convención inútil o hipócrita, pero no lo es, en absoluto: proclama nuestra amistad, que brilla como nada gracias a esas citas a sordas que exigen, fíjense qué símbolo, una sintonía máxima.
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