Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
DE POCO UN TODO
LOS italianos llaman a las necrológicas cocodrilos, porque abren admirablemente la boca y sueltan una lágrima. Fraga se merece todos los cocodrilos; y en lo personal sin duda, pues sus capacidades intelectuales, su fuerza de voluntad y su honradez fueron pasmosas. Para la vida ultraterrena le deseo lo mejor.
Su legado político, en cambio, no podemos juzgarlo a la ligera, aunque la gente se lance a la loa. Fue uno de los padres de la Constitución, así que tendremos que ver cómo acaba la cosa para hacer un juicio con fundamento. La Transición (con mayúsculas) se ha mitificado mucho. Contra esa mitificación, arremetió Zapatero marcha atrás, a golpe de memoria histórica y glorificación de la República. Ahora, recién descansando de zapaterismo, Fraga se muere cuando regresa con fuerza el mito transicional.
Pero no hay que pensar a golpe de mitos. Nos contaba Roberto Centeno, en un artículo sobre el balance económico de la España autonómica que pone los pelos como escarpias, que su amigo Camilo José Cela le decía: "Nos han jodido bien, si tuvieran vergüenza se pegarían un tiro", refiriéndose a los padres de la Transición, que idearon este modelo de Estado y su peso partitocrático. Yo soy muy contrario a que nadie se pegue un tiro, pero la verdad que Cela, puesto a predicar, tendría que habérselo dado en el pie. Si pensaba eso, y con su posición y prestigio, ya podía haberlo dicho en voz alta alguna vez, que buena falta hacía.
Tampoco tengo muy claro yo lo que defendió Fraga en el fondo. Fue perdiendo batallas ideológicas (el centralismo, la defensa del legado franquista, el divorcio, el aborto, el conservadurismo…), pero él siguió, inasequible al desaliento, reconvertido en galleguista, contemporizando, sin que su partido pusiera pie en pared contra el aborto, centrándose cada vez más y más. Cosechó alabanzas de Felipe González, de Santiago Carrillo y de Fidel Castro. Los que le alaban que civilizara a la derecha quizá quieren decir que la volatilizó. La hizo democrática, sí, pero al precio desorbitado de dejar de ser derecha, abocándola a unos complejos congénitos y al abandono de cuestiones morales centrales para sus votantes, una tras otra. Su partido ha seguido así y hoy gobierna, recalca orgulloso Rajoy, con el apoyo mayoritario de los españoles.
Como suele pasar con los hombres públicos de tanto peso, el juicio histórico de su figura no podrá disociarse del que se acabe haciendo de la evolución de la España de los últimos cincuenta años, evolución que él impulsó desde el principio. Hay algo de narcisismo colectivo en el aplauso general que recibe estos días.
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