Enrique / García / Máiquez /

Conde es Conde

Su propio afán

13 de abril 2016 - 01:00

LA detención de Mario Conde da mucho juego. Desde el sencillo de palabras con el verbo "esconder", tan clásico como descriptivo, hasta reflexiones de mayor calado. La recaída del ídolo caído y la paradoja de las grandes lecciones de ética que nos propinaba o sus propuestas de regeneración política darán mucho pie a todo tipo de comentarios, como es lógico. También puede uno fijarse en lo delictivo que resulta el dinero en todos los sentidos: en el de ida y en el de vuelta. Imputan a unos porque lo sacan y a éstos porque lo meten. Vaya donde vaya, qué mareo.

Que Mario Conde no era de fiar me lo advertían sus cursilísimos tuits, que no son delito, porque la cursilería es libre, pero que ponían los pelos como escarpias. De nuevo, el instinto estético no me ha fallado.

Pero estos son prejuicios y ustedes se merecen una consideración. Que otros más expertos en delitos económicos analicen los pormenores de lo que Conde esconde al por mayor. Que alguien con menos corazón ironice sobre la fortaleza de la institución familiar, a la que todos -padres y padrinos- terminan recurriendo para surtirse de cómplices y testaferros. Aquí reflexionaremos sobre una cuestión general, en la que Conde hace de estereotipo penal. Se trata de la tremenda dificultad de la rehabilitación completa, incluso en los casos en que la formación académica, el prestigio, las conexiones y las posibilidades del condenado juegan a su favor para una reinserción perfecta. En cierto modo, salvando las distancias, Ruiz-Mateos resultó un caso parecido.

Una condena, por lo visto, propicia, incluso en los casos más innecesarios, que se reincida. Influirán, supongo, hábitos adquiridos, compromisos, actitudes, contactos, botines escondidos y, quizá, también la mayor advertencia de las fuerzas de seguridad. Queda claro que el paso por la cárcel no les crea el menor temor reverencial a volver. La cárcel mete miedo, pero no, por lo visto, al que meten en ella. Y si pasa con gentes tan notorias, ¿qué ocurrirá con los condenados de ambientes más conflictivos?

No trato de excusar a Mario Conde, sino, si acaso, lo contrario. Si alguien que tenía los posibles para rehacer su vida dejando atrás los peligros de la ilegalidad, ha sido -presuntamente- incapaz de no volver a enfangarse en la ingeniería financiera, ¿qué harán otros con menos perspectivas? A los rehabilitados hay que reconocerles un mérito fuera de lo normal.

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